Que hoy en día un manga llegue a los 17 millones de ventas en Japón es un acontecimiento. En este caso, lo es más debido a un hecho central: tratarse de uno como “Ushujima el usurero”, con el cual Shoel Manabe se coronó entre 2004 y 2019 con una demostración aplastante de hiperrealismo y crudeza inspirada en los bajos fondos japoneses. De hecho, no se me ocurre personaje tan poco empático como el actor central de este manga, un prestamista del cual vamos a saber todos sus chanchullos, pero sobre todo de su forma de proceder y maltratar a los menos favorecidos de los suburbios de la ciudad.
Aunque estamos ante una radiografía exhaustiva de los estertores de la yakuza japonesa, por lo que realmente destacan estas páginas es por la capacidad de convertir en micro realidades las devastadoras historias que configura el elenco vital de los clientes que han vendido su alma al diablo; en este caso, a un ser amoral que sirve como introducción a cada uno de los habitantes del trasfondo deshumanizado que puebla cada uno de los rincones de tan desastrada microfauna vital.
Con estos mimbres, Manabe ha enhebrado su particular estilo, basado en la composición gráfica a partir de viñetas extraídas de las miles de fotos que ha realizado para poder armar un reportaje sin miramientos. Uno altamente adictivo que, finalmente, engancha por la violencia con la que es retratado cada gesto, mirada o acción de violencia descarnada, ya sea desde la vergüenza ajena expresada como desde la brutalidad con la que emergen los episodios más sórdidos de la desolación aquí mostrada, aquí tallada a golpe de diálogos secos, sin ornamentación que pueda disfrazar el horror expresado en todo momento. O cómo sería un manga en caso de que Shoei Imamura se hubiera dedicado al mundo de la viñeta y no al celuloide. Poca broma.
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