Estamos en Austria, entre los ochenta y los noventa: nuestra protagonista es una veinteañera aspirante a artista a la que rechazan las instituciones oficiales; es madre soltera, su economía personal hace aguas y tiene una relación más o menos estable con Georg, un actor cuarentón, un tipo que –sobre todo en comparación con ella misma– es sólido y fiable. Pero hay un pequeño problema, en realidad un pequeño gran problema: no existe demasiada afinidad sexual entre ambos, Georg es un individuo muy inseguro en ese aspecto. Las cosas se complican cuando la protagonista conoce a Kimata, un emigrante ilegal nigeriano. Kimata no es un tipo sólido y fiable: más bien es un desastre ambulante, ferozmente machista, con arranques violentos y el sentido de la responsabilidad de un niño de tres años. Pero en la cama...
Estos son los ingredientes de la historia de “Cómo traté de ser una buena persona”, la nueva obra –obviamente, autobiográfica– de Ulli Lust, a la que conocimos por la magnífica “Hoy es el último día del resto de tu vida”, en la que nos relataba un viaje en plan kamikaze por Italia junto a una amiga durante su adolescencia punk. En este caso, con la autora recién llegada al mundo de los adultos, tenemos tensiones raciales y culturales, amor y sexo, la posibilidad de que existan modelos alternativos de familia o de relación, y mucho más; todo en torno a un ménage à trois que funciona como una bomba de relojería narrativa, puesto a que desde el primer instante que se plantea sabemos que esto va a acabar fatal.
Las generosas trescientas setenta páginas de esta novela gráfica se devoran gracias a dos elementos. En primer lugar, un dibujo sencillo, imaginativo y muy explícito, que se aúna a la perfección a la historia que nos cuentan; y en segundo, a algo tan difícil de definir como el tono. El de “Cómo traté de ser una buena persona” exuda franqueza y desparpajo; ninguno de sus personajes es al cien por cien una víctima ni un agresor, todos aspiran a ser felices y preferirían no hacer daño a los demás, pero se dejan llevar por el deseo, el egoísmo o la insatisfacción. Casi siempre contamos con la perspectiva de la protagonista, que a pesar de sus (numerosos) errores, resulta intensamente empática: es difícil que alguien capaz de juzgarse a sí misma de un modo tan sincero no te caiga bien.
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