Todas las princesas mueren después de medianoche
ComicsQuentin Zuttion

Todas las princesas mueren después de medianoche

8 / 10
Laura Madrona — 22-10-2024
Empresa — Planeta Cómic

Todas y cada una de las personas guardamos en nuestra memoria, para bien o para mal, un verano de nuestra vida que nunca olvidaremos. Si los comparáramos, además, algunos serían bastante parecidos, independientemente de nuestras circunstancias vitales. Quentin Zuttion, que el pasado año se alzó con el Premio Especial del Gran Jurado en el Festival de Angoulême por esta obra, nos traslada a un día de verano muy concreto: el 31 de agosto de 1997. Suena “Freed From Desire” de Gala y en la radio anuncian que Lady Di acaba de fallecer en un trágico accidente de tráfico; pero la vida de la Princesa de Gales no va a ser lo único que termine ese día. Los tres habitantes de la casa en la que como lectores vamos a vivir durante veinticuatro horas, el pequeño Lulu, su hermana adolescente Cam y su madre, cada uno de ellos en momentos vitales muy distintos, están a punto de experimentar el final del amor.

Zuitton construye a fuego lento un hermoso y evocador relato. A lo largo de ese día seguimos a los tres personajes, suspendidos en la ociosidad del verano, hacia una medianoche que se transforma en pura epifanía. Un punto de inflexión, descubrimiento y revelación en los que los tres acabarán confluyendo.

El reconocimiento de esta obra en Angoulême es más que merecido, pues además de su delicadeza y sensibilidad, está llena de aciertos. Quizás el más destacable y enriquecedor sea retratar la pérdida del amor en tres etapas de la vida cruciales: la infancia, la adolescencia y la madurez. Para los dos hermanos es también un momento de despertar cuyo precio será, inevitablemente, la pérdida de la inocencia. En este sentido, situar la historia en verano cobra un sentido especial, ya que esa estación, en un plano más simbólico, se puede interpretar como una etapa de crecimiento y madurez. Además, el modo en el que Zuttion consigue conjurar en cada página la calidez y la ensoñación de un día de verano es bellísimo, algo que casi se puede experimentar con los cinco sentidos gracias a una cálida paleta de colores pastel y unos trazos a veces casi sin definir, esbozados e impresionistas, con esa textura propia de los lápices de cera.

Si bien es cierto que, en esas veinticuatro horas en las que transcurre el relato, acompañamos a los tres personajes, la historia del pequeño Lulu cobra, desde mi punto de vista, una relevancia especial. En la piscina, asistimos a sus juegos infantiles de princesas esperando a ser rescatadas por caballeros, resistiéndose aún a abandonar el confort de la infancia mientras experimenta por primera vez el amor incipiente y cándido hacia su vecino Yoyo. Para Lulu ese será el día en el que descubre, o más bien consigue nombrar por fin, la naturaleza de su pasión: “marica”.

Al contrario de lo que siempre explican los cuentos de hadas, a veces las historias no tienen finales felices ni sus protagonistas comen perdices: a medianoche, el cuento de hadas termina, el hechizo se rompe y las princesas, como Lady Di, mueren. Pero, como suele decirse, el final de algo solo es el principio de otra cosa.

 

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