La adolescencia es el territorio vital del misterio, los secretos y lo oculto por antonomasia. El individuo abandona la seguridad y cobijo de la infancia. Encerrado en un cuerpo cambiante que difícilmente controla y entiende, se ve sujeto a un proceso de rebeldía frente a la autoridad en lo general y a lo parental en lo particular, y nada en una confusión de una identidad por entender, una madurez en construcción y unas pulsiones hormonales extremadamente difíciles de controlar.
Con ese panorama, integrar el misterio teen dentro de una narrativa de lo sobrenatural y lo extraño es un ejercicio que puede reportar grandes alegrías a un autor si acierta a manejarlo. Supo hacer Charles Burns con “Agujero Negro”, todo un manual intensísima y mutante de cómo fusionar los pasajes más turbios de la edad del pavo con la morbosa fascinación de una plaga en la que la metamorfosis a lo Cronenberg es símbolo y alegoría, pero también exploración y búsqueda de un territorio de ficción que haga cruzar líneas aparentemente paralelas. Desde la perspectiva de las nuevas dimensiones desconocidas que han aterrizado entre nosotros durante este nuevo siglo, Ana Galvañ lleva un tiempo construyendo historias que llevan lo cotidiano hacia parajes inesperados y algo psicotrónicos.
En “Tarde en McBurgers” Galvañ abunda en su incansable exploración de esa cuarta dimensión formal, de ese desdoblamiento del espacio-tiempo, de esa multiplicación de las posibilidades de la superficie física que es cada página de un cómic y que, en la conexión neuronal que va desde su cerebro a la punta de su lápiz, se traduce en un ondulante y atmosférico atlas. En él encapsula a personajes y situaciones a los que se observa siempre desde una distancia prudencial.
Resultaría injusto que el más que evidente mérito de la autora por desafiar constantemente su capacidad de dibujo, composición y habilidades de narrativa gráfica mediante una exigente y fascinante excelencia ocultasen a una Ana Galvañ que, en cada una de sus obras, consolida uno de los acercamientos a la ciencia-ficción más interesantes y personales que se pueden encontrar en la actualidad.
“Tarde en McBurger’s” respira una serena maestría de Galvañ en su manera de presentar lo fantástico. Con unas raíces profundamente asentadas en lo cotidiano, en códigos que conocemos y podemos entender (un grupo de chicas adolescentes, una tarde anodina en el burger), su creación nos arrastra sin darnos cuenta a algo desconocido sobre lo que, en realidad, tan solo podemos conjeturar. Y es en ese sutil click, en ese cambio de rasante que nos hace salirnos de la carretera conocida y aterrizar en medio de la espesura, en el que se sustenta la piedra filosofal de todo: del misterio de la vida y de la vida del misterio.
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