Una vez Roberto Bolaño criticando, en todo burlón, la moda de “la literatura del yo”, de la “autoficción”, afirmó que no le importaba que alguien le contara su vida, si el que lo hacía era un actor porno con un pene de treinta centímetros. O una antigua madame que, tras cerrar su burdel, se ha retirado con una modesta fortuna. Lo que, más o menos, quería decir que no le importaba leer sobre sobre la vida de alguien, siempre que esta poseyera ciertos rasgos novelescos. O que, si bien todos tenemos una historia, eso no equivale a que todas las historias sean interesantes.
“Ratas” de Karla Paloma es un cómic autobiográfico. Está editado, se nota, con mucho cariño, por Alpha Decay, pero su espíritu es puro punk. Sólo hay que echar un vistazo a su dibujo crudo, grosero y desvergonzado para advertir que su auténtica vocación es aparecer en fanzines y publicaciones underground. Karla Paloma nos narra, con un nivel bastante elevado de delirio, su existencia de danesa expatriada, una artista pobre/alternativa asentada en Berlín, junto a su perro Lilsky, que ejerce como compañero inseparable y consejero de confianza (si, en este cómic, los perros hablan y, de hecho, suelen cuidar de sus muy descentrados dueños; es un cómic autobiográfico pero, como decíamos, desde el delirio). Y las tres aventuras que nos cuenta son interesantes y atrapan nuestra atención.
Esto es así porque la autora posee el don de la sinceridad brutal; y a lo largo de estas páginas nos revela tantos aspectos sórdidos, extraños y salvajes de sí misma que acaba por resultar un personaje enormemente simpático. En ese sentido, es una discípula aventajada de la gran Aline Kominsky-Crumb. Y, además, nos lleva de visita a un Berlín muy alejado de los focos del turismo, habitado por individuos tan desubicados, estrafalarios y, a su manera, encantadores como ella misma.
En “Carne quemada” no da unos cuantos motivos para considerar que dejar una niña a su cuidado durante las fiestas navideñas no es una idea afortunada. En “Huevos de rata” nos relata una temporada bastante mala, en la que tuvo que dedicarse a vender bisutería en un puesto de un mercadillo con temperaturas gélidas; lo que aprovechó para enamorarse de un guapísimo chico latino, Pablo, lo que, como de costumbre, tuvo unas consecuencias un tanto funestas. En “Antibebé” intenta escapar de la fiebre por alcanzar la maternidad que invade a sus amigas, para variar con desastrosos resultados. Cuando llegamos al final de este, Karla Paloma ya nos tiene totalmente ganados para su causa y sólo esperamos que, en el futuro, nos quiera contar más cosas sobre ella.
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