Querido Callo
ComicsAline Kominsky-Crumb

Querido Callo

8 / 10
José Martínez Ros — 02-05-2023
Empresa — Reservoir Books

El mítico cineasta Cecil B. DeMille, director de “Los diez Mandamientos”, resumió en una ocasión su maximalista filosofía cinematográfica en una frase: “empieza con un terremoto y luego sigue subiendo”. A su manera, Aline Kominsky-Crumb (1948-2022) cumple ese precepto: al inicio de esta recopilación de sus mejores tiras –de una extensión muy variable, que va desde una página a una treintena– nos cuenta cómo perdió la virginidad de la manera más cutre y miserable posible, cuando era una jovencita de la burguesa Long Island que hacía escapadas en dirección a los locales bohemios de la Gran Manzana. Y después sigue subiendo: en sordidez, en desvergüenza y, sobre todo, en humor.

De Aline es inevitable fijarse en su segundo apellido: en efecto, se trataba de la esposa de Robert Crumb, el padre del cómic indie norteamericano, lo que llevó a que se la apodara “la Yoko Ono del cómic”, aunque, tras la lectura de este contundente volumen, más bien merecería ser reconocida como la madrastra o la madrina del cómic autobiográfico femenino (y feminista) en su vertiente más punk. Bajo el nombre de Callo (que eligió porque lo encontraba a la vez gracioso y desagradable), nos encontramos con un personaje complejo, divertido y salvaje, alguien que es imposible que no te caiga bien.

La autora nos va relatando su vida, tira tras tira, con un tono que no es que sea políticamente correcto, sino que más bien se sitúa en el hemisferio opuesto a lo políticamente correcto. Entre las más memorables destacan: “Arnie y Lorito”, una crudísima disección del matrimonio de sus padres, que te hace entender el motivo por el que durante su juventud su mayor afán era alejarse de ellos; “¿De qué sirve un Callo?”, en la que Kominsky-Crumb aplica su inmisericorde lente sobre sí misma, con hilarantes resultados; “Por qué el Callo no sabe dibujar”, que es una burla implícita a los que criticaban su dibujo, sin duda muy imperfecto, pero impregnado de la misma feroz vitalidad de sus historias; “Queridísima mamá Callo”, una genial miniatura sobre la experiencia de una maternidad primeriza; “Ama de casa lujuriosa”, en la que explora con su franqueza habitual las obsesiones íntimas de una mujer que ha llegado a la cuarentena; y la que es, probablemente, la joya de la corona, la historieta más larga del conjunto, “Mi soñada casa”, en la que va revisitando los distintos hogares que ha tenido a lo largo del tiempo de Long Island a San Francisco, del sur de California a un pueblecito francés, donde pasó, con su familia, sus últimos años. De paso, también nos permite echar un vistazo lateral a su relación doméstica con Robert Crumb, que no tiene en absoluto nada que ver con la de una pareja tradicional.

Aline Kominsky-Crumb falleció el año pasado. Después de leer “Querido Callo” sabemos dos cosas de ella: que era una grande del cómic y que vivió una vida que merecía ser contada, una vida que apuró hasta el final.

 

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