Desde que en la primera década del siglo un puñado de autores tomó la senda de Art Spiegelman y, entre el experimentalismo de Raw y la lectura adulta de “Maus”, aplicó la lección para oxigenar al cómic, a los tebeos ya no los conoce ni la madre que los parió, parafraseando grosso modo a un político español. Afortunadamente la vía de romper barreras (de estilo y de temas) ha venido para quedarse. Camille Vannier (París, 1984) pertenece a una generación que está forjando la post novela gráfica acentuando la libertad narrativa y la ausencia de prejuicios. Tomar a su propia familia como tema central de su última novela gráfica la ubica en un rango, la biografía más o menos personal, que algunos aún denostan en modo apisonadora. Como si no fuese prolijo en grandes obras, de Gerald Durrell a Bergman, o la citada “Maus”.
Al margen de que la fauna retratada (guiño a Durrell) es aquí realmente atractiva y seductora para el lector, hay que entender que todo género es solamente el punto de partida. El biográfico también. Vannier lo emplea para pulir su estilo y desatar en “Poulou y el resto de mi familia” un furor narrativo cincelado en textos sencillos pero precisos y un dibujo amable, de cuaderno de bocetos muy sugerente. Armando lo que parecen polos opuestos crea un cómic orgánico, envolvente y de lectura adictiva, al tiempo que ofrece un fastuoso retrato coral cargado de humor, Polaroids de varias generaciones con el foco puesto sobre ese Poulou digno de una ensoñación de época de un Woody Allen, entre la ternura y el esperpento.
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