“Los nenúfares negros” de Michel Bussi fue primero una novela superventas que se convirtió en el mayor bestseller en Francia en 2011. Era inevitable que se adaptara a otros medios. Y así, pasados unos años, dos veteranos de la BD como Fred Duval y Didier Cassegrain se encargaron en transformarla en cómic, llevándose en el camino un sinfín de alabanzas. Un éxito que se repitió cuando Norma Editorial lo editó en España. Resultaba, pues, lógico que Duval continuará adaptando más libros de Bussi. Así llegaron a las librerías “Un avión sin ella”, con Nicolaï Pinheiro a los lápices; y, de nuevo con Cassegrain, este “No sueltes mi mano”.
Por lo que podemos colegir de las adaptaciones de sus libros, Michel Bussi es un autor de thrillers de la escuela clásica, la que inauguró el gran Edgar Allan Poe en 1841 con su cuento “Los crímenes de la Rue Morgue” y que llevaron a su cumbre autores como Agatha Christie o Arthur Conan Doyle. Con el paso del tiempo, surgieron otras variantes del noir, como el hardboiled norteamericano, en el que el crimen es la expresión de las patologías de una sociedad corrupta (Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James Ellroy) o la que se centra en la psicología del criminal, en los impulsos que llevan a alguien a transgredir las normas sociales (Patricia Highsmith, Simenon). Sin embargo, el puro juego de saber el quién y el porqué de la intriga detectivesca clásica sigue atrayendo a muchísimos lectores o espectadores (como prueba la franquicia “Knives Out”, “Puñales por la espalda”). La clave es que el autor consiga hilar una trama cuajada de sorpresas pero en el que cada elemento, en retrospectiva, una vez resuelta, parezca lógico e inevitable.
En este caso, Bussi, Duval y Cassegrain nos transportan a un escenario idílico, la isla de Reunión, en el Oceáno Índico, un destino paradisiaco para el turismo en el que se combina la cultura francesa, la india y la africana. Un matrimonio joven, atractivo, con una niña de seis años, llega procedente de Francia. De repente, ella desaparece; y las sospechas se acumulan y parecen señalar a él como presunto asesino. Pero –qué duda cabe– el caso se irá volviendo más complejo y extraño a medida que pasan las páginas. Un par de miembros de la policía local –una inspectora nacida allí, de origen mestizo; y un disparatado expatriado que, en cierto modo, ejerce como su Sancho Panza o su Dr. Watson– tratarán de hallar la esquiva verdad.
Duval y Cassegrain son dos profesionales consumados, y no se puede objetar nada a su trabajo. La información, las pistas y requiebros de la trama nos mantienen atentos de principio a fin a lo que ocurre. Y, mientras, Cassegrain nos sumerge en la belleza de los paisajes de Reunión con un dibujo limpio y preciso, con un gran uso del color. Sin embargo, la historia que nos cuentan, heredada de la novela de Bussi, sí merece más reparos. Digamos que, al finalizar el tomo, nos da impresión de que si bien no se puede afirmar que el autor ha hecho trampas, sí que ha jugado con las cartas marcadas y que la solución es demasiado abracadabresca. Y en este tipo de ficciones sucede lo mismo que con la magia: si crees que le has pillado el truco al mago, es que algo no funciona bien.
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