No Siento Nada
ComicsLiv Strömquist

No Siento Nada

8 / 10
Judit Monferrer Barrionuevo — 16-09-2021
Empresa — Reservoir Books

Una de las verdades más indiscutibles de este mundo es que todo termina; llega un momento en que la vida pasa y que, con ella, se abren y se cierran nuevas etapas. Pero aun así, aun estando expuestos a esta realidad, nos es imposible no pensar ni por un instante lo siguiente. ¿Es culpa nuestra? ¿Era inevitable? Las dudas nos reconcomen por dentro, alimentando cada vez más la espiral de temores e inseguridades que vive en un rinconcito de nuestra mente. Y la fe propia y la que depositamos en el amor se resquebraja, como un globo que explota ante el pinchazo de un alfiler, dejándonos vacíos y desamparados. Pensando que ya está, que ya nada volverá a ser igual, ya no sentiremos con tal pasión. Pensando que lo que queda de nosotros no son más que los vestigios de un naufragio, los restos que sólo intentan seguir a flote.

La cierto es que no tenía fichada a la sueca Liv Strömquist, a pesar de ser una de las historietistas más famosas de su país y de albergar éxitos profesionales y literarios. Así que cuando llegó a mis manos “No siento nada” (21), no sabía qué esperar. ¿Una obra de ficción con tintes románticos? ¿Un cómic divulgativo? ¿Una descomposición del fenómeno del amor y de su papel en la sociedad? Pues resultó que en realidad era una mezcla de todo eso y más. Esta novela gráfica se erige como una radiografía de la inherencia del ser humano y su sentir, tan inexplicable e inentendible a pesar del gran volumen de información que existe hoy en día. Sería, por así decirlo, la fuente de información a través de la cual damos sentido a la experiencia amorosa o desamorosa, más bien, para luego al final mandarlo todo a freír espárragos porque, ¿qué es eso en realidad? ¿Y cómo pueden unas teorías pretender comprender la magia de las emociones?

Ese es el mensaje que Strömquist manda en su última obra; nos aboca a una serie de hipótesis formuladas por filósofos como Eva Illouz o Byung Chul-Han, a través de las cuales compone su cómic y promueve la reflexión, para luego dejar claro que nada es seguro ni empírico. Que las personas reaccionan y sienten diferente entre sí por algún motivo oculto, casi místico. La fórmula de la sueca es referenciar además la cultura popular, como los noviazgos exprés de Leonardo Di Caprio, y mezclarla con obras y mitos como el de Teseo y Ariadna. De ese modo Liv Strömquist construye la novela gráfica en torno a la pregunta de porqué los humanos somos incapaces de amar de forma duradera. El resultado es, porqué no decirlo, exquisito, y demuestra porqué la escritora lo está petando tanto: es una lectura interesante e ilustrativa que te hace reflexionar sin parar. Pero, eso sí, no es ni ligera ni amena, ya que está llena de texto, en su mayoría filosófico. Por otro lado el dibujo sólo sirve para representar lo que la autora nos cuenta en las viñetas, y las ilustraciones son más bien sencillas, pero cumplen su función a la perfección. Y al mezclar estos elementos Strömquist crea un cómic único que tiene unos objetivos muy claros: desgranar el amor y, con ello, nuestro propio ser.

Y aunque existan todas las explicaciones racionales del mundo, aunque satisfagamos nuestra necesidad de comprensión, el fin del amor sigue siendo un fenómeno inclasificable, como las Pirámides. Las emociones propias no entienden de lógica y, cuando algo acaba, aunque sepamos el porqué, el dolor y la pena, o la alegría y la euforia se instalan dentro nuestro y bailan su propio compás, sin que podamos controlarlos, o no del todo al menos. Por ello, ninguna obra o persona, por muy filósofa que sea, sabe a ciencia cierta qué ocurre dentro de cada individuo, diferente de los demás y de sí mismo a cada segundo más viejo. Y quizá esa es la gracia de ser humanos, que podemos sentirlo todo a la vez o no sentir nada en absoluto, y no hay porqué elegir bando. Podemos pertenecer a uno o a ambos, reafirmándonos en nuestra singularidad y demostrando que, al final, la vida es mucho más que componentes químicos y patrones; que la vida somos nosotros.

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