Niño prodigio

Seré sincero. Nunca antes había escuchado nada sobre Joel Kupperman, el niño prodigio que da título al libro, ni jamás antes había leído una obra de su hijo, Michael Kupperman. Y sepan que no me arrepiento lo más mínimo. Llegar virgen a “Niño prodigio” no hace sino aumentar el placer que uno obtiene una vez leída la obra. Primero por la agridulce historia del protagonista, y segundo por la mano diestra con la que nos la transmite el dibujante y guionista de este multipremiado cómic (Premio de la Crítica Estadounidense; Mejor Cómic para Publisher’s Weekly, etcétera).

“Niño prodigio” ha sido comparado en parte con ese clásico moderno que es “Fun Home” de Alison Bechdel. Y no lo ha sido sin motivo, puesto que Michael Kupperman se enfrenta a la figura de su padre con profundidad y acortando la distancia emocional conforme pasan las páginas. Joel Kupperman fue uno de los niños prodigio más conocidos de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial gracias a sus capacidades mentales –fundamentalmente matemáticas–, algo que exponía semana tras semana en el programa Quiz Kids. Sumergido en esa vorágine se pasó diez años de su vida gracias a su popularidad y a la insistencia de su madre. Con ello, en realidad, perdió no solamente su infancia, sino que también se convirtió en una suerte de analfabeto emocional. Pero dejemos aquí los spoilers.

Lo cierto es que “Niño prodigio” es una obra que funciona a la perfección, aunque su emotividad es mucho más contenida que la expuesta por Bechdel en su gran obra. Y lo es tanto por lo particular y especial de la vida de Joel Kupperman, como por la forma de reflejarlo sobre el papel por parte de su hijo. Michael Kupperman no pretende juzgar a su padre, sino llegar a entenderlo, algo que ocurrirá, aunque la respuesta con la que da es mucho más pesimista de lo esperado. El resultado es una historia muy interesante que deviene un drama personal que, a su vez, acabó convirtiéndose en uno familiar.