Sí, la portada de “Mi amigo Pierrot” es muy cursi, con ese joven y apuesto mago que sostiene dulcemente la cara de la princesa mientras las lágrimas brotan de los ojos de ella. Pero lo que importa es el interior, no la cubierta, y este volumen publicado por Ediciones La Cúpula contiene una historia apasionada y apasionante sobre el amor, la magia, la libertad, la locura, la confianza y la inseguridad.
Jim Bishop comenta en el prólogo que “me enseñaron mal lo que era el amor, por eso he hecho este cómic”. Sea cual fuere el motivo principal que llevó al autor francés a embarcarse en este proyecto titánico, el resultado final es altamente gratificante. Esta fábula representa una orgía de colores y de ideas, con el envoltorio de un auténtico cuento de hadas que, en ocasiones, se torna en una pesadilla. Porque, así es, lo que más sorprende en “Mi amigo Pierrot” son los radicales giros en una trama aparentemente lineal e inocente.
El Pierrot del título es un mago de verdad que vive en una casa del árbol chulísima, que prepara unas tortillas veganas deliciosas y que acaba enamorando a Cléa, la auténtica protagonista de estas páginas; los problemas aparecen cuando el mago va revelando los secretos y demonios que esconde en su interior. “¿Acaso sabes lo que es la nada? Consiste en estar vivo en ausencia de toda sensación… Nada sucede, permaneces como espectador. ¡Adiós al amor, adiós al gozo, adiós a la rabia, adiós a todo! La nada”.
Con bastantes derivas existencialistas como la del párrafo anterior y algunas palabras mágicas como “vivesueño” o “escobacelera”, este cómic puntúa alto y Jim Bishop sigue afianzándose como un creador gráfico de calibre.
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