Con este tercer tomo, algo más extenso que los dos previos, el norteamericano Charles Burns (1955) cierra su nuevo tríptico, “Laberintos”. Los que han seguido la trayectoria del autor de “Vista Final”, “Skin Deep” o, por supuesto, “Agujero negro”, saben que uno de los motivos recurrentes en su obra es la visión de la adolescencia como una enfermedad maligna, una fuente de dolores, fantasías y, tal vez, algunos oscuros placeres.
En “Laberintos” retoma esta idea con un enfoque más apegado a la realidad; si bien, continúa teniendo una habilidad innata para crear atmósferas alucinatorias y siniestras, la que ha hecho que se compare con insistencia con David Cronenberg, el maestro del “horror corporal”, en este caso las escenas más oníricas no son más que representaciones del estado mental de sus personajes, cuyas vivencias resultan menos extrañas y bastante más identificables de lo habitual. En cierto modo, Burns se aproxima más que nunca al estilo de su casi exacto coetáneo Daniel Clowes: lo que nos cuenta es perfectamente reconocible, lo original es su manera de presentar una historia de triángulos amorosos y frustraciones juveniles. Otro punto en común con el autor de “Mónica” es su perceptible amor por los cómics de los años cincuenta del pasado siglo y el arte de la escuela francobelga (de hecho, “Laberintos” se ha publicado en primer lugar en Francia, con el formato de álbum europeo).
Estamos en algún momento de los setenta o comienzos de los ochenta, mucho antes del advenimiento de los móviles y de internet. Los dos protagonistas de la trilogía que forma “Laberintos” son Brian y Laurie. Él es un chaval que tiene una relación muy mala con su madre sobreprotectora y alcohólica, que lo cría sola; sólo muestra interés por el dibujo y, sobre todo, por el cine (hasta límites obsesivos). Un típico bicho raro que vive aislado en un universo propio e inaccesible para los demás. Con su mejor amigo, Jimmy, ha rodado varios cortometrajes de terror en plan amateur y, en una fiesta, ha localizado a quien podría tener el papel principal en su nueva obra conjunta, que trata sobre una invasión alienígena, inspirándose en “La invasión de los ladrones de cuerpos” (Don Siegel, 1956). Se trata de Laurie, una pelirroja guapa, pero extremadamente tímida, insegura y nerviosa, con la que parece conectar (y eso que Brian no es una persona nada fácil). En el tomo previo vimos que, durante una noche en una cabaña, surgía un vínculo entre Laurie y otra chica, Tina. El conflicto entre los tres finalmente estallará cuando el grupo parta a un idílico paisaje entre bosques, junto a un lago, donde pretenden grabar las secuencias más importantes de la nueva película de Jimmy y Brian.
En algunas entrevistas, Burns ha sido muy franco al referirse a lo mucho que tiene de autobiográfico “Laberintos”; si Brian es un “autorretrato como aprendiz de artista”, no ha sido demasiado clemente con su yo joven. Lo que es seguro es que se trata de un cómic estupendo engrandecido con un final absolutamente perfecto que justifica todo lo que nos ha narrado. Un final que nos recuerda que el arte, en muchos casos, sirve como venganza de los fracasos y errores que se suceden en la vida.
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