Decía Shakespeare que los actos contra natura desencadenan consecuencias contra natura. Heredero de la tragedia griega clásica y de Homero, el bardo de Stratford-Upon-Avon moldeó la tradición a su antojo y se inventó una nueva –o muchas– saliendo más que triunfante. Con los años se convirtió en canon y con los siglos él es el clásico y nosotros sus fieles seguidores. Y si los mitos se construyen sobre las tradiciones, no es menos cierto que éstas se transforman con el paso del tiempo.
El western es un género que nos vuelve a explicar el mito fundacional de la cultura occidental (Odisea, Ilíada, etcétera) y nos cuenta la realidad para entenderla de una manera metafórica, como el relato que nos ocupa: "La tierra yerma" de Berrocal –ecos a Lorca y a T. S. Elliot– es un territorio donde confluyen dos familias enfrentadas por la propiedad de las tierras y los cruces de sus linajes, la casa de Salvatierra y la casa de Isla Perdida (ningún nombre es azaroso aquí). Por si fuera poco, una maldición –Shakespeare again– asola el paisaje produciendo una terrible sequía (aquello mencionado anteriormente de “los actos contra natura…”) y para coronar el drama se presenta el amor prohibido entre dos mujeres –Leonor e Isabel– fundamentales para el desarrollo de la historia.
A semejante cóctel hay que añadirle un elemento fantástico –los Ellos– unas criaturas salvajes (no es difícil ver la impronta masculina ahí, acechando y envenenándolo todo desde tiempo inmemorial) cuya misión es, básicamente, joder la marrana. Pero la sororidad auténtica, sumada a la pasión lesbiana, logrará desentrañar el entuerto y cortar de raíz la tradición para generar una nueva, con ese ritmo tan Berrocal, con unos planos entre el Peter Jackson más gamberro y la Jane Campion más épica, el acierto del amarillo y unos besos que te dejan clavado en el sofá. Berrocal se ha creado una mitología adecuada a su epopeya y ha salido triunfante.
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