Tras muchos años preguntándonos qué se traía entre manos el aclamado Sammy Harkham, por fin ya somos conscientes de la magnitud de lo que estaba cocinando con esmero y dedicación desde su laboratorio de ideas y pinceles. Porque “La sangre de la virgen” es la novela gráfica del año. Ni más ni menos. En tan monumental esfuerzo, el autor de la serie de cómics “Kramers Ersgot” se sumerge en su empresa más ambiciosa hasta la fecha: un fresco despampanante de los suburbios cinematográficos del cine de terror en los anos setenta. Nuestro protagonista, Seymour, es una especie de alter ego de Harkham, a través de quien nos transporta a una experiencia visual en la que el autor angelino despliega un amplio crisol de sus habilidades artísticas: desde su dominio apabullante de la viñeta muda a su uso del color, deudor de la escuela francesa de los Blain y compañía. Según los estados de ánimo, el cómo se traduce en el guion subyacente de un recorrido por un Los Ángeles enfocado entre las bambalinas del éxito y el glamour tan habitual con el que solemos ser espectadores de tan icónico punto geográfico.
Viñeta a viñeta, somos partícipes de una gloriosa orgía de talento, plasmada por medio de una pulsión inequívoca del trabajo exhaustivo de investigación, para el cual Harkham fue la sombra de Joe Dante durante años. De sus vivencias con el mítico director de “Gremlins”, brota un punto de vista tremendamente cercano, donde cada trazo humorístico y nostálgico resuena con sencillez desarmante. A esto, también ayuda el imponente equilibrio alcanzado entre su inusitada capacidad de observación y su detallismo obsesivo por no dejar ni un rincón de la viñeta al azar. De hecho, a Harkham no se le escapa nada, ni en la composición de sus viñetas ni en los diálogos hilados a lo largo de una trama, por momentos, imprevisible, que te mantiene pegado a la página con la atracción que suele puede ofrecer lo único y extraordinario. En este caso, una novela gráfica antológica. Vamos, como para perderse tan jugoso festín.
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