“La Mugre” es, ante todo, una novela gráfica de lo más explícito. Una obra que, al igual que sucedía con la película “El Faro” (Robert Eggers, 19), apesta de manera intencionada. Es el reto a todas luces consensuado por su autor, Pat Grant, empeñado en que las desventuras de los hermanos antagónicos Penn y Lippy –sitas en un escenario distópico y profundamente deprimente como es Falter City– contagien (casi literalmente) al lector.
Una ciudad árida, repartida entre maleantes, vividores, incautos y cazafortunas de todos los pelajes, en la que los protagonistas aterrizan cargados con los ahorros familiares y la intención de montar una fábrica de putrefactos yogures caseros (ojo a la fermentación del producto). Las diferentes tesituras a las que tendrán que hacer frente, entre desconfianzas y camaraderías, marcan el hilo argumental de un volumen que alcanza objetivos con creces.
“La Mugre” es una magnífica referencia futurista, de ecos cinematográficos y reminiscencias de “The Road” (John Hillcoat, 09), la saga de “Mad Max” (George Miller, 79), "El Golpe" (George Roy Hill, 73) y “Waterworld” (Kevin Costner, 95). Un volumen también influenciado (sin disimulo) por la obra del reverenciado Dave Cooper, sobre todo atendiendo a títulos como “Succión. El estatus de Basil” (La Cúpula, 04) y “Escombros. El estatus de Knuckle” (La Cúpula, 22).
“La Mugre” es también y de rebote, una descarnada crítica acerca de cómo las diferencias entre clases sociales definen el organigrama y afectan de manera determinante a esa maquinaria que mueve cualquier urbe. Pero, sobre todo, es un aventura embarrada, desesperanzada y maloliente, cuyo hedor engancha a un receptor que no puede zafarse del putrefacto mundo aquí propuesto hasta que cierra la última de sus doscientas páginas.
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