La huella de Lorca
ComicsCarlos Hernández / El Torres

La huella de Lorca

9 / 10
Laura Madrona — 02-02-2025
Empresa — Norma Editorial

Federico García Lorca probablemente fue el escritor español más importante del siglo XX. Su nombre y su obra han traspasado fronteras. Acerca de su vida (e inevitablemente de su muerte) han corrido ríos de tinta. Se le ha rendido homenaje, a su vida y a su legado, desde disciplinas artísticas como la música, el cine, el teatro, la danza y, por supuesto, el cómic.

Desde su publicación en 2011, otras obras del ámbito de la ilustración y el noveno arte han sucedido a “La huella de Lorca”. Diez años después de la aparición del cómic de Carlos Hernández y El Torres, por ejemplo, la ilustradora Ilu Ros ofreció una de las aproximaciones más personales a la vida y obra del poeta y dramaturgo granadino en su obra “Federico” (Lumen, 21). Anteriormente, en 2018, el historiador Ian Gibson y el dibujante Quique Palomo habían formado tándem en el cómic biográfico “Vida y muerte de Federico García Lorca” (Ediciones B, 18). Estos son solo un par de ejemplos destacables, porque de Lorca se ha escrito y se ha dibujado mucho. Y, sin embargo, catorce años después de su aparición, “La huella de Lorca” se mantiene aún como una de las más originales y potentes visiones sobre el autor andaluz, que destaca por una perspectiva audaz y por una ejecución sensible y sobria, rehuyendo en todo momento del tedio de la biografía ilustrada más convencional.

Esta edición ampliada viene precedida, además de por el prólogo de Pilar del Río y Mercedes de Pablo de la edición de 2011, por un texto de Antonio Arias, líder de Lagartija Nick. Ambos nos ofrecen ya algunas claves de lo que estamos a punto de leer. Pero es sin duda el epílogo del propio Carlos Hernández, escrito ad hoc para esta edición, el elemento que nos aporta nueva información para el ensamblaje definitivo de este puzle de doce piezas. Ahí explica cómo abordó la titánica misión de escribir y dibujar un cómic sobre Lorca. Siendo granadino, además, la responsabilidad se redoblaba. Hernández tomó la ardua y farragosa senda de la documentación y, al final de ese camino, cuando hubo leído todo lo que debía leer, comenzó un proceso de depuración y síntesis de todo ese material, cuyo resultado fueron doce capítulos, pulidos por la experimentada mano de El Torres, que arman un singular prisma. “La huella de Lorca” es una virguería de doce caras que nos ofrece un retrato “cubista” del escritor, a través de personas que, en mayor o menor medida, lo conocieron o cuyos destinos, en algún momento del tiempo, se cruzaron con el del poeta. Cada uno de esos micro relatos funciona de manera independiente, pero juntos construyen otra historia en la que Lorca es, a veces, un vivo recuerdo o un simple reflejo en un espejo. Es también alguien de quien se habla en una fiesta en una lujosa casa del Nueva York o un nombre que se menciona en una funesta noticia. Es, sobre todo, alguien a quien todos buscan, del que todos hablan (incluso hoy en día seguimos hablando de él). Protagonista sin ni siquiera aparecer. Ausente y presente a la vez. Ahí está la huella indeleble de Lorca.

En cuanto a la narración, no existe un orden cronológico estricto. Los diferentes capítulos nos llevan indistintamente a momentos muy diferentes en el espacio y en el tiempo, aunque Hernández sí que quiso cerrar la historia con una maniobra circular en la que el primer y el último tienen como protagonista a su padre, primero de niño, después ya como anciano. Aquí el autor tira de fabulación para imaginar que su padre fue una de esas personas que conocieron a Lorca. Su testimonio, aunque inventado, arroja luz sobre la manera en la que actualmente la figura del escritor (o más bien su asesinato) continúa siendo, en cierto modo, incómoda. Como he comentado antes, hablar de la vida de Lorca es hablar también de su muerte. Esto Carlos Hernández lo entendió perfectamente y por eso dedica varios episodios a hablar de su vil y cruel asesinato. En este sentido, “La huella de Lorca” constituye también un honesto ejercicio de memoria histórica, más necesario que nunca en un país que lamentablemente no ha cerrado las heridas abiertas, dispuesto a olvidar o a pasar por alto las atrocidades que se cometieron en uno de los periodos más oscuros de nuestra historia. Esa España del muera la inteligencia, esa España que se jactaba de haber matado a un maricón como Lorca. “Por esto te mataron, porque eras verdor en nuestra tierra árida. Y azul en nuestro oscuro aire”, le escribía Cernuda en “A un poeta muerto”.

No quiero alargarme más, aunque me dejo muchas cosas en el tintero. No he hablado, por ejemplo, del magnífico dibujo de Carlos Hernández, que opta por la austeridad cromática y por composiciones de página sencillas y uniformes donde priman las viñetas alargadas y verticales, imprimiendo a la lectura un ritmo narrativo ágil, que fluye sin entorpecimientos. Los artificios sobran cuando se parte de un guion trabajado hasta la excelencia. Las personas se mantienen vivas a través de la memoria y este cómic habla precisamente de eso, estableciendo un diálogo con el pasado que nos devuelve a alguien a quien no conocimos personalmente, pero que siempre parece vivo y cercano gracias a su obra. Dentro de unos años, cuando se vuelva a hacer una nueva edición de “La huella de Lorca”, no tengo ninguna duda de que esta obra atemporal no habrá perdido un ápice de su vigencia y pertinencia.

 

Lo siento, debes estar para publicar un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.