Menudo artefacto. Menudo torbellino. Menuda gesta. ¿Cómo parir un cómic mudo sobre una mujer que sufre una mutación física inusitada y de repente la usa como instrumento de creación-destrucción sin aburrir al lector ni un solo instante? ¿De dónde sale Lale Westvind? No sé si podremos responder a todo esto, pero sí diremos que es una artista única y que se atreve a canalizar un talento desbordante con un lenguaje poco habitual.
Westvind podría formar parte de esas nuevas voces norteamericanas de la llamada escena independiente poblada por big names como Eleanor Davis, entre otras. Ha publicado en diversas antologías y fanzines de claro corte underground y este es su debut largo en nuestro país. ¿Y qué ocurre en sus páginas, qué se invoca en ellas? Al lío: una suerte de remolino de energía desconocida surge de la grieta de una pared de la calle cuando una mujer pasa por allí y decide investigar, decide actuar, decide adentrarse en él, porque al misterio solo se accede dejándose llevar.
Desde ese momento revelador y casi cósmico, desde ese fusionarse con pura fuerza telúrica y apropiarse de ella de una manera simbiótica, la protagonista renace con una capacidad demiúrgica fuera de todo límite, sus manos serán capaces de todo: fregar platos a una velocidad inusitada, cocinar como un rayo, (re)cargar aparatos electrónicos con solo tocarlos. ¿Y ya está? ¿Todo se queda ahí, en el viejo ámbito doméstico, en el tradicional espacio de la mujer tradicional del mundo tradicional, del ama de casa sumisa y sin aspiraciones? Ni de coña: nuestra “heroína” tiene otros planes: huye a los bosques en una avioneta que se fastidia y logra enderezar con esas manitas –primera gesta outskirsts– y entonces se pone a amasar árboles, ríos, montañas, nubes, flores y rocas en un viaje frenético interior-exterior electrizante, bombástico, prometeico.
En un momento dado el lector necesita respirar y está bien que así sea. Tanta fuerza cinética, tanto movimiento cansa. Es natural, ese es el camino, esa es la idea. De repente pensamos en Samplerman y sus collages imposibles, o en Maria Medem y sus paisajes místicos, o en Irene Solà y su “Canto yo y la montaña baila”, en la sororidad y en todas las mujeres creadoras y el silencio que las ha rodeado desde tiempo inmemorial.
Entonces retomamos la “lectura” y nuestra Hulka indie ya se ha repasado todo los elementos del bosque, así que ahora es el turno de la tecnología. Con esas manos genera en un santiamén una motocicleta espiritual y carnal, una suerte de máquina total. “Grip” es, para decirlo de una manera sintética y templada, exuberante, febril y epifánico. Y también es mudo, sí, pero ya me entienden: léanlo.
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