A estas alturas resulta una obviedad subrayar el peso de Víctor Santos en el mundo de la historieta española. Al margen de que se le adapte en producciones cinematográficas internacionales –ese tipo de argumento mistermarshallesco que sirve para convencer a quienes no le han prestado atención–, ha sido un placer verle crecer, desarrollar su arte paso a paso, obra tras obra, y sobre todo sumergirse en proyectos de riesgo más que evidente. Y el que se atreva con el clásico atemporal de Ray Bradbury es un nuevo ejemplo.
La suya es una adaptación de la que, obviamente, sale más que bien parado. Su trazo continúa siendo tan reconocible como siempre, su paleta de colores encaja a la perfección a la hora de retratar ese mundo que se va al carajo en un futuro distópico que algunos querrían convertir en realidad y su buena mano para espigar lo realmente importante y esencial de la novela de Bradbury vuelve a convertir este volumen en un cómic ideal para acercarse a esa literatura que todavía tiene mucho que enseñarnos. Quizás por ello, Santos se muestra muy fiel al texto del escritor estadounidense –respeta incluso la cita inicial a Juan Ramón Jiménez– hasta llegar al final de la obra, momento que Santos aprovecha para aportar su grano de arena, una grano de arena que no apela tanto a la humanidad en su conjunto, a la cultura que compartimos, sino al modesto paso por el mundo de todos nosotros como individuos.
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