Dulces tinieblas
Comics / Vehlmann Y Kerascoët

Dulces tinieblas

9 / 10
Laura Madrona — 30-09-2024
Empresa — Norma Editorial

No podemos juzgar un libro por sus tapas. Tampoco un cómic. Y una buena muestra es "Dulces tinieblas", una bella y desconcertante fábula que podría definirse como un cruce entre cuento de hadas y "El señor de las moscas" de William Golding. Probablemente cualquiera de nosotros guarda en su memoria el recuerdo tormentoso de algún cuento infantil clásico, especialmente macabro y cruel, que ha marcado nuestro imaginario como niños y como adultos. Para mí lo han sido "Caperucita Roja", "Hansel y Gretel" o "Pulgarcito". Pedazos de narrativa infantil, con una supuesta moraleja final, que han sido blanqueados con el paso del tiempo para hacerlos más digeribles, aunque el material original siga siendo altamente perturbador.

Fabien Vehlmann nos propone en "Dulces tinieblas" una lectura, inquietante desde las primeras páginas, que retuerce los tópicos de los edulcorados cuentos de hadas, explorando el lado más oscuro y perverso que esconden los relatos infantiles tradicionales. El turbador planteamiento inicial impacta: del cadáver de una niña, que se descompone en lo profundo de un bosque, surge una comunidad de pequeñas criaturas fantásticas. La diminuta y optimista Aurora, que sueña con casarse con un príncipe y vivir en un hogar harmonioso, se empeña en mantener el orden; pero pronto su pequeño mundo empieza a desmoronarse, cuando el instinto de supervivencia más primordial y la crueldad del resto de la comunidad acaban imponiéndose. El orden se abandona, la anarquía más salvaje triunfa, la violencia es la norma: es, al fin, la ley de la selva.

En este cuento cruento y tenebroso, las princesas son vanidosas y desalmadas; los príncipes no son valerosos; los animales, que se comportan como animales, no hablan; y esa naturaleza, que siempre se presenta como un oasis idílico, es despiada y amoral. La muerte, allí, es algo banal, puesto que no se rige por ningún código moral, una invención puramente humana que carece de sentido cuando contemplamos la naturaleza más descarnada y hermosa.

Esta es, como ya habéis podido adivinar, una fábula en la que no existe ninguna moraleja. En su esencia, se trata de una obra con muchos puntos de conexión con "El dios salvaje", ya que sus personajes siempre acaban sucumbiendo a los instintos más primigenios y violentos. Si en "El dios salvaje" el excelente trabajo de guion se materializaba visualmente en el brillante talento de Roger Ibáñez, aquí son Marie Pommepuy y Sébastien Cosset, dúo artístico que se esconde tras el nombre Kerascoët, quienes redondean y ponen la rúbrica al relato con un estilo que es, a la vez, naíf y crudo, delicioso e incómodo, lindo y oscuro. Todo para que los lectores disfrutemos, con una inevitable mezcla de gozo y desconcierto, de estas bonitas tinieblas.

 

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