El éxito de la miniserie de Netflix “Cadáveres” (“Bodies”) ha permitido que suceda algo que parecía casi imposible y que, a la vez, era casi inexplicable: que se publique al fin en España el cómic en que se basa. De lo cual podemos felicitarnos, porque se trata de una obra excelente, tal vez la última joya del legendario sello Vertigo, (el “hogar” de “100 balas”, “Sandman”, “Predicador”, “Y, el último hombre” o “Scalped”) que, tras una larga etapa de decadencia, cerró en 2020. También es de lejos el mejor cómic que escribió el malogrado guionista británico Si Spencer, que falleció en 2021 sin llegar a ver que su “novela gráfica” –publicada originalmente en ocho entregas entre 2014 y 2015– era aclamada y reeditada gracias a la magia del streaming. Al menos, los responsables de la serie tuvieron el buen gusto de dedicarle el primer episodio.
Tanto la serie como el cómic están situados en Londres en cuatro momentos históricos distintos en los que cuatro detectives investigan un mismo asesinato: el de un hombre desnudo que se encuentra en un callejón de Whitechapel (sí, el mismo barrio donde ejercía sus malas artes Jack el destripador, en lo que parece un guiño tanto a la historia criminal de la urbe como a “From Hell”, la obra maestra de Alan Moore, con la que tiene ciertas similitudes). Sin embargo, a la hora de conducirnos a los diferentes periodos en los que transcurre, el cómic lo hace muchísimo mejor. “Cadáveres”, la serie de televisión, está rodada con esa especie de corrección impersonal típica de los productos de Netflix, que los vuelve tan curiosamente intercambiables; por el contrario, Spencer contó con cuatro estupendos dibujantes, que se van alternando cada seis páginas para dar una genuina personalidad a los cuatro hilos narrativos.
El Londres victoriano de 1890 corresponde a Deam Ormston, y allí encontramos a Edmond Hilinghead, un policía atormentado por su condición sexual, ya que es gay en una época en la que, de saberse, podría tener unas consecuencias funestas; el Londres del “Blitz”, cuando la capital británica era el blanco de incesantes bombardeos nazis, es trazado por Phil Winslade, y tenemos como protagonista a Karl Whiterman, un individuo turbio y corrupto con fuertes lazos con el hampa de la ciudad, y que oculta muchos secretos acerca de su pasado; del Londres de 2014 pre-Brexit y pre-COVID se ocupa Meghan Hetrick, y aquí contamos con Shahara Hasan, una detective de origen pakistaní que trata de establecer un equilibrio entre su herencia, su religión (pues es musulmana) y su trabajo en una Gran Bretaña donde el nacionalismo ha despertado para señalar a los emigrantes como víctimas propiciatorias; y, por último, en la parte más onírica y enrevesada, Tula Lotay dibuja el Londres de 2050, una ciudad post-apocalítica donde las cosas han ido muy mal, en el que se mueve nuestra última detective, Maplewood, en un momento en el que incluso los pensamientos íntimos se encuentran vigilados por un gobierno tiránico. El colorista Lee Loughridge también hace un trabajo brillante para que cada escenario tenga su propia identidad visual.
Los cuatro detectives son, por diferentes motivos, outsiders, personajes en los que conviven distintas identidades, y, a la vez, se sienten genuinamente londinenses. Se enfrentan a un caso que los supera, pero, cada uno a su modo, tratan de perseverar y resolverlo. Y también, en cierta forma, lo consiguen. La solución al misterio es bastante distinta a la de la serie. Digamos que, mientras en la producción de Netflix se optó por un tropo de la ciencia-ficción, Spencer fue fiel al sello Vertigo, cuyas obras señeras pertenecían al noir, a la fantasía y el terror. Lo cual, por otro lado, es un aliciente para los lectores que se quieran acercar a esta obra: a partir de una misma premisa, se han creado dos historias que acaban llegando a lugares muy distantes entre sí y que, en ambos casos, merecen la pena.
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