El personaje de cómic español más exitoso de este siglo XXI cumple ya más de dos décadas desde su aparición en el 2000. Y lo hace con un historia que sigue la línea ya marcada en las anteriores cinco entregas y cuya mayor novedad es que está estructurada en dos partes y permite armar un argumento más complejo.
Canales y Guarnido no inventan nada, pero todo lo que hacen lo hacen de fábula; si se nos permite el chiste fácil. No inventan el género negro y sus códigos narrativos. Tampoco inventan a los animales con rasgos antropomórficos como personajes. Ni sale de su chistera recrear los Estados Unidos de los años cincuenta. Pero con todo ello hacen un cómic mainstream al gusto francés de impecable factura.
No es la primera vez que un historietista español acude a beber a tragos de la cultura americana para confeccionar su obra; Miguel Gallardo, Martí Riera, Daniel Torres o Jordi Bernet lo hicieron en algún momento de su trayectoria artística. La cultura americana ha ejercido una gran fascinación en creadores de todo el mundo y también ha acabado siendo un lugar común narrativamente hablando como lo puede ser el Egipto de los faraones o el Japón de los samuráis.
En esta entrega de Blacksad, el teatro de Shakespeare aparece a raudales, hay una encendida defensa de la libertad de prensa y el foco argumental está puesto sobre la corrupción municipal que desmantela lo público para cederlo a la empresa privada y embolsillarse un pastizal en sobornos y comisiones. El escenario es una Nueva York de los años cincuenta descrita como un ente colectivo, pero gobernada por intereses privados.
Guarnido se lleva los laureles. Sus expresiones faciales, el dinamismo de sus personajes, el detallismo de sus viñetas o sus acuarelas que son un primor así lo demuestra. Canales cumple dándole cuerpo a un argumento que no se sale de las pautas del género negro, sembrándolo todo con diálogos afilados, trabajando bien el trasfondo histórico y presentando las dosis justas de intriga. Quim Pérez
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