Miguel de Unamuno empieza su novela “Cómo se hace una novela” con un prólogo de Jean Cassou. A su vez, este prólogo viene acompañado de un prólogo y epílogo del propio prólogo, que comentan el contexto del mismo. Para Unamuno, el comentario sobre la novela es más importante que la propia novela, hasta el punto en el que el comentario de la novela necesita su propio comentario. El escritor entiende que la obra de arte existe para ser comentada, cuestionada y boicoteada. Menos de una década antes, Marcel Duchamp le pinta un bigote y algo de barba a una postal de “La Gioconda” de Leonardo da Vinci, gesto que Quentin Dupieux replica sobre Raphaël Quenard en el póster de su última película, “Yannick”. Una obra de teatro es saboteada por un espectador descontento con la misma y está dispuesto a reescribirla: ahí empieza la verdadera obra de teatro.
Siguiendo la estela de “Guermantes” de Christopher Honoré, Dupieux apuesta por el metateatro francés, colocando la cámara no entre bambalinas, sino en el patio de butacas. Si “Fumar provoca tos” se interesaba por la infinidad de capas que una narración puede contener en sí misma, “Yannick” se preocupa por la narración que reside fuera de la pantalla, aquella que se construye en la experiencia del espectador. El humor, siempre presente en las películas de este Stephen King del cine de género europeo, se despliega en esta ocasión a través de un gesto simple, similar al que lleva a un inodoro a cambiar la historia del Arte. Dupieux reflexiona sobre su profesión sin elitismos ni estridencias, alejándose de la neurosis de Nathan Fielder y apostando por un tono atípico en su filmografía: pocas cosas ocurren en la pantalla para que muchas puedan pasar fuera de ella.
Un elegante teatro parisino se convierte en el escenario de una comedia que funciona mejor como estrofa que como verso, donde la carcajada puntual se ve eclipsada por la sonrisa final. Dupieux propone una guerra de egos –el espectador incomprensivo contra el actor frustrado– en la que el humanismo acaba ganando como respuesta a la pregunta que sobrevuela toda la película: ¿Qué derechos y qué deberes tenemos como creadores y como espectadores? A primera vista, “Yannick” podría parecer una película menor en la filmografía de este incansable narrador, alejada de lo extravagante e incansable de sus anteriores proyectos. Pero la genialidad de esta pequeña broma diegética reside en la capacidad de Dupieux para huir de la metáfora. Esta “Opening Night” para fans de Kaurismaki desprecia a la figura del crítico –aquel que se cree en la potestad de criticar a una obra por no ser la que él tenía en la cabeza— mientras acepta que sin el crítico esta película no podría existir.
Impresionantemente precisa por lo tanto la presencia de Raphaël Quenard, bomba de relojería que personifica todo lo que Dupieux ansía contar en esta historia (de sujeto odiable a envidiable). Porque quizás haya más amor por el arte en aquel que lo cuestiona que en aquel que le ríe las gracias. Porque quizás sea inevitablemente humano pensar que tú lo podrías haber hecho mejor. Lo único que sí que tiene claro Dupieux es que es inaceptable que alguien tenga que pedirse el día libre en el trabajo para ir al teatro. De nuevo, la historia que merece ser contada no está en el escenario, sino en el patio de butacas. No infravaloremos a los espectadores, oyentes y lectores, pues su presencia es más importante que la nuestra. “La Iliada no es más que un comentario a un episodio de la Guerra de Troya, y la Divina Comedia un comentario a las doctrinas de la teología católica”, asegura Unamuno. Gracias por leer este comentario de “Yannick”. Perdón si no os ha gustado.
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