A pesar de contar ya con una adaptación en imagen real dirigida por el cineasta ucraniano Andrey Higchinsky en el año 2000 (advertencia: café para muy cafeteros), los incondicionales de Junji Ito han tenido que aguardar más de dos décadas para ver traducida al lenguaje animado una de las obras cumbre del legendario mangaka: la terrorífica, surrealista, onírica y lovecraftiana “Uzumaki”.
La espera no terminaba de saciarse nunca, con múltiples tiras y aflojas acontecidos a lo largo de los últimos cinco años entre estudios y productoras que acabaron por poner seriamente a prueba la paciencia del fan medio. Y aunque todo parecía estar dispuesto para que tras su celebrado anuncio estuviésemos festejando con ilusionante algarabía el estreno en plataformas de esta pieza magna de la animación japonesa, lo que verdaderamente ha terminado corroborando el proyecto producido por Jason DeMarco (Adult Swim, Toonami) es que Junji Ito continúa sin contar con una adaptación en pantalla que capture con fidelidad y justicia su imaginario.
Después de este particular patinazo, y sin olvidarnos de la fría acogida de la reciente “Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro” para Netflix, uno puede empezar a pensar que tal vez Ito sea completamente inadaptable y que ningún producto inspirado en su universo se equiparará jamás a la experiencia de leerle en su formato nativo. Razones para creerlo no nos faltan, a pesar de que el arranque de “Uzumaki”, con un primer episodio cercano a la perfección, nos convenciera por un instante de lo contrario. Sin embargo, las sonadas trifulcas, riñas y faltas de entendimiento entre las partes involucradas en la serie han terminado generando un producto audiovisual del todo irregular, con picos y valles muy pronunciados en su forma final que acentuarán la constante sensación en el espectador de estar siguiéndola más por inercia respetuosa que por su calidad.
El punto débil más evidente de su factura, y que ya trajo cola entre los seguidores más críticos, fue el cambio de estudio de animación en mitad del proyecto, ocasionando así una dolorosa degradación en el nivel de acabados, formas y entornos que haría que más de uno se echase las manos a la cabeza (del brillante uso de la rotoscopia en el primer episodio, a directamente presentarnos escenas esbozadas, incompletas o simplemente resueltas con desastrosa prisa). Algo que, tirando de tolerancia y poniendo mucho de nuestra parte, se podría soportar en ciertos momentos (con planos cortos más o menos logrados), pero que a todas luces nos crispará sin redención posible en secuencias relevantes y visualmente poderosas para la trama que bien podrían haber sido resueltas con mejor criterio (la conversión de Katayama en caracol o la lucha de pelazos entre Kirie y Kyoko, por poner un par de ejemplos).
Sin embargo, y a pesar del mediático revuelo generado con su polémico acabado gráfico (algo que obligaría al propio DeMarco a salir a la palestra y reconocer en redes las fallas de la obra), el principal pero de “Uzumaki” no se encuentra tanto en su paupérrima resolución visual (ni siquiera resuelta con el regreso del estudio de animación original para rematar la jugada en el cuarto episodio), como sí en su dificultoso acceso narrativo. Y es que de entrada sabíamos que comprimir los 19 números que conforman el manga original de Ito en cuatro capítulos de 25 minutos iba a suponer tirar de tijeretazo y menguar el discurso de la obra hasta límites insospechados.
Si ya de por sí hablamos de un relato harto demente, donde los arquetipos no tienen lugar y la linealidad es llevada al plano más singular de la ficción, el acelerado montaje final de la serie (a partir de capítulos sobrecargados de subtramas y personajes vagamente introducidos, así como confusas elipsis temporales) obligará al espectador a tener que consultar el texto original tras su conclusión para ampliar muchos de los detalles de la historia que aquí son tan solo apuntados. Visto así, si su incompleta estructura consigue al menos arrastrar colateralmente a una nueva generación lectora hasta las páginas que Ito publicó a finales de los noventa, el anime de “Uzumaki” ya habrá cumplido un cometido más valioso del que a priori se le asignó.
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