En “I’m Not There”, uno de los biopics más peculiares que se hayan hecho jamás sobre una estrella de la música, el director Todd Haynes multiplicaba a los actores que encarnaban a Bob Dylan para representar su trayectoria cambiante y su poliédrica personalidad: desde Richard Gere a Cate Blanchett, pasando por el niño negro Marcus Carl Franklin. Para condensar esa multiplicidad del artista Dylan, en “Un completo desconocido” –título prestado de uno de los versos de “Like A Rolling Stone”–, James Mangold, artesano de la confianza de Hollywood, que tanto sirve para biopics musicales como este o “En la cuerda floja”, sobre Johnny Cash, como para ambiciosos filmes de superhéroes (“Lobezno inmortal”) o de sagas sagradas como las de Indiana Jones o Star Wars (uno de sus próximos proyectos), elige uno de los momentos cruciales de la historia de la música del siglo pasado. A partir de la biografía “Dylan Going Electric!” de Elijah Wald –todavía inédita entre nosotros–, acude a cuando la estrella del folk se pasó a la guitarra eléctrica en el festival de música de Newport de 1965. No fue, nos dice la película, un cambio repentino, una decisión febril, sino el movimiento lógico, largamente labrado en su interior, de la búsqueda de su identidad como artista.
La película, festival para los oídos, abarca los inicios del desconocido Dylan, su contacto con Woody Guthrie y Pete Seeger (delicioso Edward Norton por su insólito registro comedido), su relación con la ya estrella Joan Baez y la grabación de discos de clásicos folk y concluye con la recreación de aquel histórico y polémico cuarto de hora en el escenario de Rhode Island.
Mangold consigue un espléndido aliado en Timothée Chalamet, actor de espigada figura y adolescencia eterna, que siempre parece inadecuado para los papeles de envergadura, pero que aquí dota de credibilidad cada una de las facetas humanas del enigmático protagonista: bisoño, compasivo, inseguro, pero, también, arrogante, injusto y odioso.
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