El traidor (Il traditore)
Cine - Series / Marco Bellocchio

El traidor (Il traditore)

7 / 10
J. Picatoste Verdejo — 05-12-2019
Empresa — Vértigo Films

Igual que en “El padrino”, “El traidor”, el estimulante filme del octogenario Marco Bellocchio sobre Tommaso Buscetta, importante miembro de la Cosa Nostra que marcó un hito al destapar el entramado de la organización ante el juez Falcone en los años ochenta, se inicia con una fiesta. A diferencia del clásico de Coppola y su luminosa celebración de boda, este festejo –encuentro entre dos bandos rivales– se hace por la noche, en un interior con poca luz y con más desconfianza que sincera alegría. Una de las pocas veces en que sale al exterior es para presentarnos a uno de los hijos de Tommaso, Benedetto, abandonado en la playa presa de la droga, negocio con el que se relaciona a su padre. La película va a insistir en esta desmitificación de la mafia con tonos muy diversos. Al rostro cadavérico de Benedetto se le suman las traiciones y la brutalidad de la violencia, ejemplificada con un frío contador de tres cifras que, implacable, va aumentando su haber.

Esta desmitificación se vehicula a partir de la figura central de Buscetta, encarnado por un inmenso Pierfrancesco Favino que mostrará la cara más amable de un mafioso al volverse humano; su familia ya no es la Famiglia, sino su esposa e hijos. La motivación de su delación es una nebulosa revestida de honor, de retórica que clama nostalgia por épocas pasadas, tal vez solo un disfraz de razones más prosaicas.

Frente a la dignidad reencontrada de Buscetta –el trabajo de Favino en la secuencia del macroproceso provocado por su testimonio es de una transparencia conmovedora–, los matarifes desenmascarados se muestran deshonestos, groseros, ridículos, aunque siempre hirientes. En ese sentido, y sin abandonar la saga de Mario Puzo, si en “El padrino III” Coppola se acogía a “La Cavalleria Rusticana” de Mascagni para enfatizar el halo trágico con el que cerraba la trilogía, aquí la (alegre) música de Nicola Piovani podría servir para ambientar una ópera bufa. En este sorprendente contraste entre lo grave y lo esperpéntico, Bellocchio yerra el cálculo en una ocasión y derrapa de manera doliente al mostrarnos, con un cambio de punto de vista forzado, el atentado al juez Falcone en clave hiperbólica. La relación entre el juez Falcone y el testigo Buscetta, vista a través de la intimidad de la conversación serena, es uno de los fragmentos más bellos de la película y merecía un mejor y más respetuoso cierre en elipsis.

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