Pese a llevar más de medio siglo en la industria musical, los norteamericanos Sparks, es decir, los hermanos Ron y Russell Mael, siguen siendo desconocidos para muchos. Este hecho contradictorio lo ejemplifica el propio Edgar Wright, que, habiendo realizado un gozoso y reivindicativo documental, no había utilizado, como si fueran un tesoro solo para iniciados, ni una de las más de trescientas composiciones del dúo fraternal en ninguno de sus filmes de ficción, caracterizados por el uso de canciones (como “Baby Driver” o incluso el inminente “Última noche en el Soho”). Sin embargo, “The Sparks Brothers” es una película dirigida claramente por un fan. En las casi dos horas y media de metraje restituye la gloria escatimada y explicita la importancia e influencia de la peculiar formación.
Wright cuenta con decenas de importantes testimonios (Flea, Beck, Giorgio Moroder, Neil Gaiman...), además de los mismos hermanos Mael, quienes en plano conjunto hablan abiertamente de su carrera. De hecho, el libro abierto en el que se convierte el documental conduce a una sensación ambivalente, feliz y trágica al mismo tiempo. Así, para que el film cumpla su cometido, la ponderación de Sparks, estos pagan un peaje: dejan de ser una incógnita. Los conocemos más, y por lo tanto se resiente la impenetrabilidad que emanaba de esta pareja septuagenaria, especialmente Ron, con su bigote chaplinesco/hitleriano (depende de quien lo mire y opine). El misterio desaparece... y los culpables somos nosotros, el público, que en sus ansias de conocer lo que admira, lo que le seduce, lo que le intriga, provoca su erosión. Repito: Wright es fan de Sparks. Les queremos humanos y en cambio lo que nos atraía era que no lo eran. A su vez, los hermanos Mael, que admiten al final del documental haber dicho más de lo que hubieran querido, dejan entrever con su participación en la cinta unas ansías de reconocimiento (lógicas) que chocan con la imagen reservada que proyectan. Así, lector, ya sabes a lo que te expones: el elogio de su faceta artística y la caída de su categoría mítica. Si lo asumes, disfrutarás de “The Sparks Brothers”, a la vez, una pequeña enciclopedia sobre la discografía del grupo.
A diferencia de otros documentales biográficos, que seleccionan las obras de los homenajeados y prescinden de algunas menos reseñables, la película de Wright sigue un estricto, exhaustivo y democrático orden cronológico. Cada uno de los álbumes (e incluso de sus proyectos no realizados, como una colaboración con Tim Burton) tienen su espacio. Son prueba del constante renacimiento de un grupo con varias vidas al que le costó conseguir su primer triunfo, que tuvo que emigrar a Reino Unido para alcanzarlo –el álbum “Kimono My House” de 1974–, y que no para de reinventarse, como demuestra la sorprendente iniciativa de hacer una veintena de conciertos consecutivos distintos, correspondientes a las dos primeras decenas de álbumes, para promocionar el número veintiuno o la reciente “Annette” junto a Leos Carax. De este modo, el film, emotivo incluso, evidencia que Sparks es un dúo admirable por su tenacidad, por su búsqueda incansable de nuevas formas y por su insobornabilidad artística.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.