En sus últimas dos películas como tándem creativo, Severin Fiala y Veronika Franz se han revelado como una pareja de cineastas obsesionados por mostrarnos el lado más oscuro de la familia, poniendo especial énfasis en las relaciones disfuncionales entre madres e hijos. “Goodnight Mommy”, estrenada hace seis años, era un filme de terror claramente ubicado en el cine de autor y cercana al Michael Haneke de género, donde la figura materna se convertía casi literalmente en un monstruo ante la mirara perturbada y psicótica de dos niños que dudaban de la identidad real de su mamá. Esa película, que se atrevía a tratar uno de los traumas más grandes que puede sufrir un niño, acabó siendo más un brainstorming de ideas que una obra redonda. Ahora bien, en ella ya se intuía lo que estaba por venir en la mucho más satisfactoria “The Lodge”, estrenada esta semana en España en plataformas digitales con el espantoso título de “La cabaña siniestra”.
El primer elemento a destacar de “The Lodge” es que, en su primera producción americana, Severin Fiala y Veronika Franz no han rebajado un ápice la crueldad emocional que estaba presente en su filme anterior y esas ganas de romper tabús (algo, esto último, a lo que debería aspirar cualquier película de terror, sean comercial o de autor). La historia que presentan ahora, tras un prólogo demoledor que no revelaremos aquí (vale la pena llegar virgen a su visionado), es muy similar a la de “Goodnight Mommy”: en este caso una madrastra (una excelente Riley Keough) y sus dos hijastros que se ven obligados a convivir sin la presencia del padre biológico en una casa aislada y rodeada de nieve. Una vez allí empieza un perverso juego psicológico entre las dos partes que ser irá envenenado y retorciendo hasta llegar a uno de los desenlaces más atrevidos del cine de terror reciente.
Como “Hereditary” (película con la guarda más de una conexión), “The Lodge” se inicia con el plano de una casa de muñecas que nos pone sobre aviso: lo que vamos a ver a continuación es una ficción sujeta solo a los designios –crueles y fatalistas- de sus creadores, sacrificando explicaciones y verosimilitud. Y es que Severin Fiala y Veronika Franz, a veces haciendo gala de un sentido del humor negrísimo (tan negro que más bien hiela la sangre: la secuencia del entierro y los globos negros por ejemplo) y echando mano de la iconografía religiosa como fuente del horror, utilizan este relato austero y siniestro de fiebre de cabina (sus personajes parecen moverse por estancias que parecen ataúdes animados) para tratar con enjundia temas tan potentes como el duelo, la imposibilidad de superar un trauma y la fina línea que separa la cordura de la perturbación mental más absoluta.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.