The Bikeriders. La ley del asfalto
Cine - Series / Jeff Nichols

The Bikeriders. La ley del asfalto

7 / 10
José Martínez Ros — 12-07-2024
Empresa — Universal Pictures España
Fotografía — Cartel de la película

Hay pocos cineastas más intrínsecamente norteamericanos que Jeff Nichols. Debutó con una historia “negra”, ambientada en la América profunda, “Shotgun Stories”, que remitía al cine de los hermanos Coen y, en general, a todo el indie de los noventa. A lo largo de su carrera, ha rodado un “drama sureño” archiclásico enriquecido por una de las interpretaciones más espectaculares de Matthew McConaughey –“Mud” (12)–, una especie de versión muy personal de las películas de Amblin de los ochenta que producían Spielberg y Lucas –“Midnight Special” (16)– y un sobrio drama antirracista –“Loving” (16)–.

Quizás su mejor cinta hasta la fecha continúe siendo la segunda, “Take Shelter” (11), en la que exploraba, con un pretexto de ciencia-ficción, una de las mayores enfermedades colectivas que aquejan a su país: la paranoia. Varias de las citadas son películas notables, pero, de algún modo, excepto tal vez “Take Shelter”, todas remiten a otras previas y muy superiores. Es un director que rozado en ocasiones la grandeza, pero que no ha llegado a ella plenamente. “The Bikeriders” es, de nuevo, una buena película. Durante su primera hora, incluso, da la impresión de que al fin lo ha conseguido.

Jeff Nichols ha explicado que el origen de ese proyecto fue un libro de idéntico título de Danny Lyon, uno de los más prestigiosos fotoperiodistas de su época, que encontró en casa de su hermano. Estaba dedicado a los clubes de moteros que comenzaron a proliferar en los tiempos del auge de la contracultura, en los sesenta. Las imágenes tenían tanta fuerza que, de inmediato, empezó a imaginar un argumento sobre esos personajes que allí aparecían retratados. “The Bikeriders”, situada en las inmensas llanuras y las larguísimas carreteras del Medio Oeste, tiene aires de neowestern, pero, sobre todo, remite al cine de Scorsese. En particular a dos de sus obras magnas: “Uno de los nuestros” y “Casino”. Como en aquellas, hay un narrador que nos guía por la historia con varios saltos en el tiempo y un triángulo de protagonistas formado por dos hombres y una mujer.

La que toma la palabra es ella, Kathy (Jodie Comer), una chica de Chicago que quiere contarnos su gran historia. Una historia de amor. Por azar, entró en contacto con un club de moteros, Los Vándalos. En particular con uno de sus miembros más jóvenes y salvajes, Benny (Austin Butler); nada más conocerse saltan chispas entre ambos. No tardan en casarse. Pero, por supuesto, la vida de este es cualquier cosa excepto estable: discurre entre borracheras, peleas con otras bandas, desafíos y trifulcas, nada que no hayamos visto antes en otras muchas películas (o en “Hijos de la anarquía”). El tercer vértice lo ocupa el taciturno líder de Los Vándalos, Johnny (Tom Hardy), que pretende convertir a Benny en su príncipe heredero y que, por tanto, se irá transformado en el rival de Kathy por la posesión de su alma.

Los tres intérpretes merecen muchísimos aplausos. Comer está perfecta como una mujer endurecida por las circunstancias, pero incapaz de renunciar al gran amor de su vida; Butler, que tiene un carisma natural aplastante, hace el tipo de papel que, unas décadas atrás, hubieran encarnado Brad Pitt o Leonardo Di Caprio. Y, por último, Hardy, cuyo personaje funda su banda después de ver “Salvaje” de Marlon Brando, logra ser una potente versión actualizada de este durante buena parte de la película. Además de estos, Nichols tiene un excelente grupo de actores de carácter para ocuparse de principales miembros de Los Vándalos: Michael Shannon, Norman Reedus, Boyd Holbrook… Sus personajes son tan pintorescos como creíbles y nos convencen de que ese grupo de inadaptados y rebeldes forman una genuina familia, que ese es su lugar en el mundo.

La película sigue, como era previsible, una estructura de ascenso y caída. Lo que, en principio, es un grupo de amigos que montan en moto y se divierten juntos se vuelve una poderosa organización semicriminal. Las reglas, las intrigas y las traiciones se multiplican y parece claro que la tragedia aguarda en el horizonte. Lo lamentable es que cuando “The Bikeriders” llega al nudo de la historia le ocurre lo mismo que a uno de sus protagonistas en una escena clave: se queda sin gasolina. La película va perdiendo energía hasta un final melancólico y vagamente anticlimático. A pesar de esto, no deja de ser otra buena película de Jeff Nichols. Pero podría haber sido algo más.

 

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