El escenario en el que se desarrolla “The Bear”, la ya considerada como una de las series del año por toda la crítica especializada, incluyendo quien os escribe, ha sido lugar de pruebas, campo de tiro, para toda una serie de cineastas y guionistas, que han buscado en las cocinas, y en su imprevisibilidad, tensión y evidente atractivo sensorial, un contexto para desarrollar historias a lo largo de los últimos años, la mayoría de las veces, sin fruto, o con un mal resultado. Se les quemaba el guiso, se les pegaba al fondo de la olla a los realizadores. Un lugar tan sagrado en la tradición popular como las cocinas, que ha vuelto a la vida (r)evolucionado en las últimas décadas con el auge y el estallido de la alta cocina y la llegada de los chefs estrella, había sido capturado con éxito, con más o menos gusto, a través de libros como el notorio “Kitchen’s Confidential”, del malogrado Anthony Bourdain, incluso de programas de televisión, como el cada vez menos culinario Masterchef o las aventuras por el mundo de Jamie Oliver. La televisión es el verdadero hogar de la cocina en pantallas. Solo “Ratatouille”, quizá no tan paradójicamente como podríamos pensar, ha hecho de la vida en la cocina una obra magna, a la altura de un escenario que funciona como un personaje en sí mismo.
La ficción televisiva no había dado con la tecla, con las cantidades adecuadas de sazón y cocción, para ofrecer una serie que reflejara, con estilo y profundidad, la vida en las cocinas de un restaurante hasta que ha aparecido “The Bear”. La serie creada por Christopher Storer y cuyo brillante elenco lidera un brillante Jeremy Allen White (“Shameless”), del que por cierto, desconocía su éxito entre absolutamente todas las mujeres de mi generación con las que he comentado el estreno, es una maravilla terriblemente bien filmada, con un aire inequívoco de tradición costumbrista estadounidense, que no solo pone de manifiesto el universo de la alta y baja gastronomía, enfrentándolos uno cara al otro, sino que utiliza dicha dicotomía para contar una historia de pérdida y dolor, de familias y de ambición profesional, de humanidad en su concepción más amplia. En apenas cuatro horas, lo que podría haber sido una película larga dividida en capítulos de menos de treinta minutos, se extiende hasta llegar a tocar gran parte de los recodos del alma humana. La huella del pasado, de la familia y de los reveses de la vida, la rabia contenida que se arremolina, aguardando hasta convertirse en depresión o violencia, y la carga de las mochilas que la vida o nosotros colgamos de nuestra espalda, se reparten el protagonismo con la asunción de Carmen –Carmy– (Jeremy el guapo) del restaurante de barrio que regentaba su hermano mayor tras su suicidio. Carmen viene de triunfar en la alta cocina, en un universo tan exigente y psicópata como todos los universos profesionales de élite donde sus miembros, además, consumen el pecado de la soberbia creativa.
A pesar de ciertos vacíos que la narración no llega a abordar con precisión, pasándolos ligeramente por encima, como la relación del hermano mayor Mickey con las drogas, de la que aparentemente nadie sabía nada y que nada influye en el resultado final, “The Bear” es lo suficientemente honesta como para resultar conmovedora y entretenida al mismo tiempo. Hay en la serie un aura de comfort film, de esas historias que nos imaginamos viendo una tarde de domingo en casa con la lluvia cayendo tras las cristales, tras un guiso y tras una siesta, y una conexión con el ansia de redención del protagonista y su voluntad de cambiar su presente ante la imposibilidad de hacer lo propio con el pasado que resultan encantadoras.
La dirección de Christopher Storer y de los suyos es equilibrada y vibrante al mismo tiempo. Siendo “The Bear” una serie de bajo presupuesto, donde el relato es el protagonista, surgen ciertos ejercicios de estilo muy prometedores, que terminan de consolidarse en el genial séptimo episodio, rodado de una tirada en uno de los mejores planos secuencia que recuerdo, de esos que tardas un tiempo en reconocer como tales. El plano secuencia es un recurso en el que la acción, muchas veces, sustituye al relato, o al menos lo interrumpe, en un alarde de virtuosismo que, bien ejecutado, resulta espectacular. Este penúltimo episodio de la serie, en cambio, aúna la virtud técnica con el contenido narrativo; secuencia sí, pero también relato.
“The Bear” es una serie brillante en sus claroscuros morales, paciente en su desarrollo y que ejecuta bien sus últimos compases, siempre tan en jaque en una ficción televisiva que se centra más en plantear que en resolver. La metáfora culinaria, aunque previsible, se hace inevitable: elijan su receta favorita y piensen que la serie la ejecuta a la perfección. Deliciosa, en definitiva.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.