El documental que ha estrenado Netflix sobre Taylor Swift atesora todos los defectos en los que una pieza de este tipo no debería incurrir. En primer lugar, es evidente que el control del producto por parte del artista y su entorno es tan grande, que anula cualquier otro mensaje que no sea el que el protagonista desea mostrar. Por otro, es demasiado patente que la ausencia de declaraciones de personajes que no vayan más allá de su madre, le dan un tono tan laudatorio y monótono que acaba por aburrir a todos aquellos que no sean seguidores entregados de Taylor Swift. Y por último, se pierde la oportunidad de entrar en la cara más íntima de la cantante, aunque el documental pretenda engañarte y hacerte pensar que sí, que lo han hecho. Y lo intentan a base de mostrarte demasiados momentos supuestamente ‘íntimos’ de la artista trabajando. Instantes que en realidad no hacen más que insistir en la capacidad de la artista para componer sus propias canciones, pese a que todas las tomas de Taylor trabajando en el estudio, codo a codo con su productor, tengan un halo de artificio que provocan que el tiro le acabe saliendo por la culata.
El caso es que si una cosa te queda clara tras ver el documental, es que Taylor Swift no deja de ser una víctima más del terrible sueño americano. Esa mentira basada en la competitividad extrema y el deseo absoluto de ser la mejor a toda costa. La buena chica blanca y cristiana que todo el mundo quiere tener como amiga, hija o nuera. La misma que solo encontrará la felicidad en lo más alto. Por eso cuando recibe el ataque de los medios que la acusan de falsa y calculadora, por proyectar esa misma imagen de perfección a todas horas, la chica se desmorona hasta el punto de tener que desaparecer del mapa para reinventarse con un disco en el que expresará lo mal que lo ha pasado. Un proceso de redención en el que, encontrar el amor de una pareja que no muestra, le dará la fuerza suficiente para volver más entera, madura y fuerte que nunca. Si estás pensando que parece el guión de una mala película producida por Disney, estás en lo cierto.
A mi juicio lo más interesante del documental sucede hacia el final del mismo, y es todo lo relativo a la entrada en el ruedo de la política por parte de la artista quien, solo con el apoyo de su madre, decide posicionarse en su estado natal a favor del candidato a senador demócrata, y mostrarse en contra de los republicanos por la deriva que han tomado las políticas de Trump en contra de los homosexuales y los derechos de las mujeres. Una decisión en la que juega un papel importante el juicio al que la propia artista tuvo que enfrentarse, al ser manoseada en público por un periodista radiofónico. Y aunque es cierto que la sensación de cierto maniqueísmo sobrevuele esta parte de la cinta, no es menos cierto que en una industria como la de la música pop, a algunos artistas les puede resultar muy caro ese posicionamiento. Además Taylor se sobrepone a las numerosas presiones de su entorno, que no hacen más que recordarle el caso de las Dixie Chicks que ya se toma como paradigmático.
Al final lo que pervive tras ver el documental, es una sensación total de vacío que es proporcional a la soledad que proyecta la propia Taylor Swift. Un sentimiento que se intenta mitigar un poco con una forzada cena en casa con una compañera de la infancia en la que hablan de la maternidad de otra de sus amigas. Otro de esos anhelos, el de ser madre, que sobrevuela como de pasada por la cinta y que choca con la realidad de una agenda que la tienen esclavizada. Así que al final no sabes si comparecerte o simplemente chillarle un rotundo: Taylor ¡Espabila!
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