Este salto de fe que Nintendo ha realizado confiando en Illumination (estudio de animación responsable de los Minions) llega a buen puerto o, al menos, al puerto al que más le interesaba a Nintendo llegar. La película de Mario es un festival de fan service programado con gusto, un maremoto de referencias traducidas a lo cinematográfico con ingenio y cariño. Más allá del easter egg, los directores Michael Jelenic y Aaron Horvath proponen una adaptación del videojuego muy arraigada al gag y la escenografía, transportando los elementos bidimensionales del arcaico juego original de Miyamoto al casi hiperrealista estilo de la animación 3D de estudio estadounidense.
Por mucho que algunas imágenes puntuales puedan rozar el uncanny valley, “The Super Mario Bros Movie” consigue construir un universo vibrante y vivaz, fiel al material original en su espíritu incansable, frenético y en ocasiones esquizofrénico. Sin duda más de uno se sentirá asfixiado y abrumado, tiroteado por este sin fin de referencias imposibles de asimilar en su totalidad en un primer visionado. En este sentido la película se gamifica: puede que no hayas ganado esta vez, tendrás que volver a intentarlo (tu princesa está en otro castillo). En su faceta auto-referencial, es una odisea alocada que abraza sin miedo la condición de guilty pleasure y su faceta menos mitificada.
Resulta agradable que la cinta no haya temido abrazar su lado más memeable, ya sea dejando que Jack Black se deje llevar con “Peaches”, su arrebatado tema original para la película, o simplemente dejando que la verdadera risa de Seth Rogen pueda tener un cameo en su papel de Donkey Kong. Porque sí, nada que corregir al (polémico) reparto, ni siquiera a un Chris Pratt capaz de esfumarse por completo en su Mario y demostrar que su fichaje no era tan disparatado como pudo parecer en un primer momento. Quizás sí que haya algo a señalar en esa naturaleza primordialmente hollywoodiense que el universo de Nintendo acaba adquiriendo. Por mucho que la historia se adhiera al subgénero del isekai y sea innegable el cuidado visual en cuanto a la representación de las comidas —¡elemento esencial en la animación nipona!—, son pocos los momentos en los que el héroe campbelliano se deja llevar por sus raíces asiáticas.
Tampoco hay nada implícitamente negativo en esta occidentalización de Mario que, por otro lado, lleva años consolidada (quizás siempre lo ha estado). Sí que hay algo de malo en la selección musical de la película, un crimen melómano perpetuado desde el cliché más cutre y la cutrez más cliché (“Take On Me”, “Thunderstruck”, “Holding Out For A Hero”... ¡venga ya!). Un crimen aún más cruel teniendo en cuenta la sobresaliente banda sonora original de Brian Tyler, capaz de reescribir los leitmotivs de la saga desde el sonido orquestral con gusto y sin sensacionalismos.
Es justamente la banda sonora la que despierta en el espectador una sensación de aventura que la película no acaba de saber materializar. Más que adentrarse en un viaje del héroe por un nuevo e inabarcable mundo, la experiencia de “The Super Mario Bros Movie” parece más cercana al lenguaje del parque temático, como si la sala de cine se convirtiera en uno de los barcos que flota por el edulcorado río de “It's A Small World” en Disneyland. Puede que no funcione como historia, pero funciona como atracción. El salto de Nintendo a la gran pantalla no es sólo un éxito de taquilla, sino también uno generacional. Resultan cuanto menos emotivas esas butacas llenas de gente de todas las edades (¡de verdad, todas!) acompañando los créditos con unos entusiasmados aplausos. El fenómeno Mario, aquel que durante mucho tiempo creció vinculado a la pantalla entendida en singular, celebra por fin en plural su indiscutible relevancia para la cultura popular. “Esto no es un anuncio, ¡esto es cine!”, dice Luigi (si no me equivoco) al inicio de la película. Creo que “Super Mario Bros. La película” es las dos cosas, y está bien.
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