No es que me considere fan incondicional ni mucho menos, pero siempre le he tenido bastante aprecio a la discografía de Sia. Había cierta excentricidad en los sonidos de “1000 Forms Of Fear” (14), siendo “Elastic Heart” el tema que más me marcó, que, junto a esa esencia performática de sus videoclips (véase “Chandelier” o “The Greatest”) convertían la figura de Sia en algo magnético y místico, una rara avis para el circuito musical comercial del momento. Esencia que se mantuvo incluso cuando se alejó un poco de esa oscuridad con los vibes dance a dúo con Sean Paul de “Cheap Thrills” o con LSD, su coloridamente psicodélico nuevo proyecto con aires de synth-pop junto a Diplo y Labrinth. Sin olvidar “Titanium”, su ya mítica colaboración con David Guetta, himno de toda una eufórica generación joven amante del EDM.
Está claro que Sia siempre ha querido tocar todos los palos, no retener su evolución artística por mucho que eso implicara ir abandonando sus puestas en escena, tanto musicales como visuales, hasta el momento establecidas. Y es justo por cómo la cantante abraza ese concepto, el de la puesta en escena, por el que uno podría sentirse interesado por “Music” (21), su primer largometraje como directora. Sia dirigiendo un musical es una idea que puede despertar curiosidad, al menos hasta que entra uno en Google. Los usuarios de Letterboxd puntuando la cinta con un 1, una petición con más de 50.000 firmas para que se le retiren sus dos nominaciones a los Globos de oro (inconcebibles, por otro lado), la propia Sia teniendo que pedir disculpas públicamente... Es lógico viendo este percal que cualquiera, incluso este masoca servidor, se pregunte a qué viene todo este revuelo.
La opera prima de Sia, que ha llegado a las plataformas españolas de puntillas, es muy difícil de digerir, no nos vamos a engañar. Siempre he sido de aquellos que, quizás inocentemente, creen cierto aquello que Rousseau afirmaba sobre nuestra naturaleza benevolente. Quizás por eso me empeño en creer que no hay mala intención en la forma en la que la cantante habla de las enfermedades mentales en la película. Pero eso no quita que la representación del autismo que “Music” nos brinda sea tan involuntariamente paródica como inevitablemente ofensiva.
Resulta extremadamente incómodo ver cómo se trata a la protagonista autista como un ser extraño, incomprensible e indescifrable mientras se glorifican los comportamientos del resto de personajes simplemente por acceder a convivir con ella. Hay un maniqueísmo enfermizo, propio del positivismo manierista del peor de los posts motivacionales de Facebook, que excluye del relato cualquier comentario realista o mínimamente interesante sobre la convivencia con enfermos mentales. Todo aquello que otras ficciones como “Atípico” (17) hacían a la perfección, remarcando que estar en contacto con el autismo no te convierte directamente en héroe y que, por el contrario, puede despertar a tus peores monstruos, se banaliza en “Music” hasta puntos absurdos. Narrativamente, la primera inmersión de Sia en el cine parece no encontrar un punto medio entre lo demasiado explicativo y lo demasiado innecesario. Todo parece vacío, a la acción le cuesta fluir, todos los relatos rezuman una artificialidad que hacen de “Music” una experiencia tan colorida como fría.
Tampoco se podría decir que la banda sonora de la película, compuesta por la propia Sia con alguna colaboración con los anteriormente mencionados Labrinth y David Guetta, sea mala. Las canciones mantienen, aunque sea de forma casi apócrifa, la esencia de la discografía de la cantante, por mucho que ninguna parezca estar destinada a ser memorable. Es inevitable detectar una falta de carácter, tanto en la música como en los números musicales (valga la redundancia) que la acompañan.
Aderezada con un montaje excesivamente epiléptico por momentos, la construcción del universo fantástico de la película rescata la coreografía excéntrica de los videoclips de Sia, materializados en “Music” por la propia protagonista de estos, Maddie Ziegler (criticada por haber sido escogida para interpretar a una chica con espectro autista sin padecerlo). El problema es que esos bailes tan físicos que en los videoclips simbolizaban cierta rabia y existencialismo no parecen contarnos nada en la película, envueltos de un sintético decorado multicolor que parece insonorizar y aislar la visión del mundo de la protagonista en vez de intentar generar una empatía sobre su visión del mundo. No encontramos ese diálogo propio del musical entre lo real y lo fantástico, sólo dos mundos inconexos que niegan sinergias entre ambos.
Al igual que yo me consideraba inocente al inicio del texto por seguir pensando que todos somos buenos por naturaleza, creo que Sia presenta cierta inocencia en “Music”, lo cual acaba por banalizar las problemáticas que quiere visibilizar y por convertirse en ese producto policromáticamente naif criticado en la propia cinta que cree que toda historia trágica se soluciona con un cambio de mentalidad. Y es que incluso dejando de lado todo lo relacionado con la nefasta representación del autismo (que se merece todo el revuelo causado y más), una cinta cimentada sobre la filosofía indirectamente neoliberal del “follow your dreams” no podría haber llegado en peor momento que en pleno 2021, con un público que demasiado tiene con llevar sobre sus espaldas el peso de su fatiga pandémica.
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