El parón en producción de la segunda temporada de “Euphoria” debido al coronavirus nos trajo los dos (estupendos) especiales navideños, pero no solo eso. Sam Levinson, el creador de la serie, y Zendaya, su protagonista, se marcaron un brainstorming (del que salieron hasta zombies) sobre rodajes en esas condiciones, y finalmente venció la premisa que ha acabado materializándose en “Malcolm & Marie”. Un director de cine y su novia vuelven del estreno de su última película, y lo que en teoría sería una noche de celebración acaba convirtiéndose en una noche de peleas en las que se dicen burradas tremendas el uno al otro, y también se dicen (un poco) que se quieren.
Se está comparando mucho con “Historia de un matrimonio” de Noah Baumbach, pero hay algo en ella que me recuerda más a “Ayer no termina nunca”, aquella película de Coixet con Javier Cámara y Candela Peña que resultaba agotadora, pero tenía también algo brillante. No sabemos si hubo demasiadas prisas por rodar esta cinta de Netflix, si las restricciones influyeron en aspectos que podrían estar más cuidados (y recortados), o si simplemente es cosa de Levinson: “Malcolm & Marie” es excesiva, es histriónica, es pedante, es forzada, es postureo, es ombliguismo, pero también es altamente recomendable, entre otras cosas por lo tremendamente honesta que resulta en ocasiones. Porque Sam Levinson –hijo nada menos que de Barry Levinson– no conoce los grises, solo los extremos, y si eso se nota en “Euphoria”, aquí se dispara.
También se dispara Zendaya. La californiana suma con “Malcolm & Marie” otra prueba de su enorme talento interpretativo: con la misma naturalidad se pasea con sarcasmo y contención a tope, que suelta chascarrillos en el sofá, que te aguanta un primerísimo primer plano hablándote de su fragilidad y de lo mucho que se odia... pero hablándote con su expresión, porque ella no dice una sola palabra. Las dice, eso sí, Malcolm. Y mucho. John David Washington –otro hijo de nombre ilustre, en ese caso Denzel Washington– está mucho mejor aquí que en “Tenet”, pero la cinta tiene un problema con ese personaje. Hablando en plata: si Malcolm no fuese tan gilipollas, la película ganaría, al menos en lo que a retrato de pareja se refiere.
Porque, con sus defectos, “Historia de un matrimonio” llevaba esto mucho mejor, pudiendo empatizar con el personaje de Scarlett Johansson y con el de Adam Driver, sabiendo que ambos se aportaban aspectos positivos, y que a su vez podían ser muy tóxicos. Pero esa dualidad y esa realidad aquí no está, y la descripción que hace Marie al principio de “terrorista emocional” nunca acaba de irse. Y si esa es tu intención con el personaje, estupendo, pero no parece que aquí lo sea. Sí acierta, en cambio, lo referido a la industria, a los artistas y a la crítica, motivo por el que se está llevando muchísimos palos y hasta un no-tan-velado boicot por parte de muchos críticos, en un caso parecido al que vimos con “Birdman” de Iñárritu. Pero yo encuentro muy interesante cómo Levinson juega por un lado con la bastante necesaria crítica a la crítica por un lado, y, por otro, con el ego del creador y esa fragilidad que se vuelve agresividad para defenderse.
En definitiva, como ya pasaba en “Euphoria”, Levinson convence mucho más cuando habla de lo frágil y de la vulnerabilidad (tener a Zendaya ayuda) que cuando está empeñado en demostrar su virtuosismo con la cámara o su querencia por los momentos excesivos o en ser el más woke del planeta. Digamos que una cosa es la intensidad (ahí siempre a favor) y otra es el empeño en sacarse la polla. Y sé que con esto último quizás le de la razón a cierta crítica-a-los-críticos que hace Malcolm, pero Sam Levinson tiene de ambas.
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