“Bienvenidos a lo que sea que es esto”, pronuncia con cierta desilusión el humorista Bo Burnham al inicio de su especial para Netflix, “Inside”, grabado por él mismo durante la restrictiva cuarentena que vivimos al inicio de la crisis del coronavirus. Tras una hora y media de metraje resulta, en efecto, francamente complicado etiquetar con un género, incluso con una disciplina, a esta vanguardista performance de stand-up comedy que abraza con todas sus fuerzas el existencialismo al darse cuenta de que poco sentido tiene el oficio del loco si no hay nadie a su alrededor que señale su demencia. “Inside” es un ensayo visual sobre el papel que juega (ha jugado y, por desgracia, jugará) el humor en nuestras horas más bajas, sobre la delicada relación que la comedia tendrá siempre con el drama y la risa tendrá siempre con el llanto. Pero esta búsqueda del equilibrio será concebida por Burnham como un estático viaje catártico cimentado sobre la autocrítica, el masoquismo y la penitencia, convirtiéndose de forma apabullantemente autoconsciente en un Mesías que sabe perfectamente que no lo es y, al mismo tiempo, lo está siendo. El humorista adopta el papel de mártir siendo el privilegio su principal pecado y su via crucis nuestro efímero deleite.
Un deleite generado desde la esquizofrenia claustrofóbica que sólo pueden generar un encierro (recordemos “Amigo” de Óscar Martín) o un proceso creativo (recordemos “Mi loco Erasmus” de Carlo Padial) o ambos al mismo tiempo, como es el caso. Y es esta propia esquizofrenia la que parece dinamitar el propio formato, convirtiendo la pieza en una impredecible sucesión de experimentos genéricos, de pequeños formatos que encuentran en su incoherencia coral el punto fuerte de “Inside”, como si la película (¿es esto una película?) se convirtiera en una versión bastarda e introspectiva de “Holy Motors”, donde es ahora el minimalista espacio el que tiene que convertirse en un individuo performático. Porque además de un monólogo convertido en odisea psicoanalítica, Bo Burnham coreografía el primer y esperemos que último musical pandémico, actuando como el perfecto cruce entre trovador contemporáneo y tik-toker cantautor.
Desmitificando totalmente el género, el humorista convierte los números musicales en monólogos melómanos que critican entendiendo la hipocresía como un elemento endémico de la comedia. Porque si Burnham suplica visceralmente que “alguien, quien sea, no opine sobre algo, lo que sea, de vez en cuando”, lo hará subrayando que el primero en estar opinando compulsivamente es él. Porque si decide empezar a deconstruirse y aceptar algunos errores cometidos en el pasado que pudieron ofender a alguien, lo hará dejando claro lo rastrero que hay que ser para ponerse medallas por aceptar que en el pasado fuiste mala persona. Porque si empieza a enumerar algunos de los peores pecados del actual capitalismo neoliberal, hará que un calcetín lo cante mientras le recrimina a él su hipocresía al haber estado haciendo oídos sordos, como gran parte de nosotros por desgracia hemos hecho. Pero esta autoflagelación resulta útil en el momento en el que se convierte en un caballo de Troya para Netflix, en un minimalista glitch en el frío sistema en el que parece haberse convertido el mastodóntico gigante del audiovisual. Un producto original de Netflix exponiendo a Netflix parece un milagro, hasta que recordamos ese “el capitalismo da cabida en su existencia a las ideologías contrarias con el único objetivo de alimentarse de ellas” que teorizaba Fredric Jameson.
Pero es en este punto de la crítica en el que planteo qué sentido tienen los párrafos que acabo de escribir si realmente siento que poco o nada representan la esencia de “Inside”. Porque tras todas estas intenciones más ideológicas, reivindicativas y críticas que fundamentan el discurso de Bo Burnham se esconde lo humano, aquello que arrastra esta desesperada obra hacia el terreno de lo excelente. Me siento tramposo al haber escrito estas lineas plagadas de neologismos, conceptos políticos y análisis cinematográfico cuando el principal objetivo de este especial (o lo que sea que es esto) es justamente alejarse de su etiqueta de contenido digital para abrazar su condición de testimonio. Porque al final pocas cosas más humanas hay que el temor al tiempo, y es ese mismo tiempo el que acaba desmontando esta performance para convertirla progresivamente en un diario indefinido por una temporalidad que todos, absolutamente todos, dejamos de comprender durante unos meses.
Ha habido mucho debate últimamente sobre si las películas que están por venir en estos próximos años deben hablarnos o no de la pandemia. Mucha gente prefiere obviar lo sucedido, dejar el pasado en el pasado, y es totalmente comprensible. Pero Bo Burnham nos regala una muestra de que tal vez, y sólo tal vez, necesitemos hablar de este pasado que tiene más de trauma que de recuerdo. Creo que debemos acudir a ese pasado, exponerlo, materializarlo y retoricarlo. Sólo así nos daremos cuenta de que este ha sido un trauma compartido, por mucho que haya sido vivido individualmente. Porque rescatar ese recuerdo que creemos enterrado es la única forma de convertirlo en algo positivo. Porque rescatar el drama y aplicarle el tiempo, ese amigo incondicional del cine, será la única forma de convertirlo en comedia. Hablemos, escuchemos. Hagamos comedia.
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