Como tantas otras, Karen Blixen tuvo que usar un pseudónimo masculino (Isak Dinessen) para escribir novelas como la archiconocida 'Memorias de África'. Quizás por eso se apuesta por mantener su nombre real arriesgándose a las mil coñas con el hecho de que “Karen” se haya convertido casi en un slur, y desde luego en un meme. Pero, en una cinta que quiere hablarnos precisamente de la intimidad de Blixen, de lo que había tras esos lookazos de Meryl Streep, tiene todo el sentido del mundo usar ese nombre. ¿No es acertado en lo comercial? Tampoco lo es ambientar Kenia en Extremadura, ni el ritmo de la película, ni el hecho de que no haya una “historia” clásica. De hecho, lo único que sí sería un acierto comercial, tener a Christina Rosenvinge de protagonista, ocurrió casi involuntariamente: la directora Maria Pérez Sanz pidió a Christina componer música para 'Karen', y fue entonces cuando pensó en ofrecerle el papel. 'Karen' no juega, pues, a ser una propuesta accesible – el segundo largo de Pérez Sanz supone su debut en la ficción, y casi que resulta otro documental. Pero, si entras en ella, te recompensa.
Pérez Sanz, responsable también de videoclips para Tulsa, confía en el potencial de retratar lo cotidiano, la intimidad de alguien tan enigmático y hermético, y tan idealizado en la ficción. Blixen está aquí lejos de ser un ideal, y a su vez (o quizás precisamente por eso), se siente la admiración y el amor que la directora siente por ella. Ayudan la increíble dirección de fotografía de Ion de Sosa, el buen hacer de Alito Rodgers Jr. En un papel que debe ser discreto pero eficaz y, sobre todo, Christina Rosenvinge.
Y es que cuesta imaginarse esta misma película funcionando sin ella. Podría, por supuesto, pero acaba haciéndose indisociable del trabajo de la autora de 'Un hombre rubio'. El magnetismo de Rosenvinge con la cámara es impresionante, como impresionante es su parecido con la Nicole Kidman de los 00s (pensaba que era cosa mía, pero al compartir impresiones después de la sesión, quedó claro que había sido un pensamiento común). Se enfunda el traje de Blixen igual que la susodicha se enfundaba su sombrero, y el resultado es el mismo: se convierten en otra persona, en alguien que necesitan ser para conseguir su objetivo (“el café no se vende bien”). En alguien cuyo misterio y cuyo ímpetu es tan embriagador como ficticio.
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