“Por donde pasa el silencio” (24) es el film debut de Sandra Romero; un relato crudo y honesto sobre el reencuentro entre dos hermanos en un entorno que ya no es lo que solía ser. Contado de la forma más realista posible -sin sobrecapas-, la sevillana apuesta por una cinta costumbrista, próxima a la autoficción, que se desarrolla alrededor de la discapacidad física de Javier (Javier Araque) y el retorno de Antonio (Antonio Araque) al pueblo. En este sentido, ambos personajes materializan el epicentro temático de la película: la familia.
Aconteciendo en un pequeño pueblo de la Andalucía rural: Écija (Sevilla), el dónde se plantea a priori como un protagonista activo. Sin embargo, a la larga su influencia es más indirecta que directa, pues la obsesión de la cámara por Antonio y su punto de vista provoca que el espacio quede subordinado a la acción. Simplemente justifica propósitos de guión (aislamiento, tradición, comunidad). Adicionalmente, el recurrente uso del primer plano si bien potencia la sensación de cercanía con lo que vemos en pantalla, a ratos nos encierra demasiado en el mismo tipo de imagen. Tal vez responda a la voluntad de querer responsabilizar al espectador en la actividad de desentrañar lo que hay más allá del encuadre. “¿Qué les ha pasado?” o “¿Cómo han llegado hasta aquí?” son algunas de las incógnitas que pueden surgir a medida que avanza el metraje, lento y pausado, obstinado en respetar los tempos que necesita cada escena. Está claro que la delicadeza fue fundamental durante el rodaje. El trato cuidado junto al tono intimista permiten a Romero alcanzar el alto nivel de verosimilitud que presentan las interpretaciones del casting. Por poner un ejemplo: las dinámicas a través de las que interactúan actores y no actores están muy conseguidas, por no hablar de la innegable conexión entre los hermanos Araque.
Ahora bien, lo realmente importante -narrativamente hablando- viene con los silencios. La brevedad musical nos proporciona momentos de distensión que oxigenan la mudez sentimental que domina la cinta, la misma que pone de manifiesto la enorme cantidad de información que la ausencia de diálogos puede llegar a contar. Es curioso porque la intimidad, callada, esconde un discurso bastante interesante sobre la vida lejos de los núcleos urbanos, enfatizando los desafíos a los que se enfrenta la clase obrera. Bajo esta perspectiva, la directora se despoja de romanticismos y muestra una estampa transparente de algo que la toca de cerca. Rescatando el cortometraje homónimo que lo empezó todo, parece que ha conseguido convertir los veinte minutos iniciales en hora y media de luz y verdad. Además, aunque la obra no sea maestra, concibe un excelente trabajo primerizo cargado de ese brillo especial que la mayoría de blockbusters deberían envidiar.
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