Nosferatu

El estilo poético y onírico de Robert Eggers nos capturó en "The Witch", nos deslumbró en "The Lighthouse", no funcionó en un gran estudio donde todo el mundo mete mano, como pasó en la ambiciosa "The Northman", y en "Nosferatu" simplemente nos ha dejado… ¿satisfechos?. Veamos.

Robbert Eggers es un director con mucho oficio en lo técnico, cosa que se nota en la puesta en escena que nos sumerge en el sufrimiento de la pareja de protagonistas, interpretada con acierto por Lily-Rose Melody Depp y Nicholas Hoult, y nos hace sentir que el vampiro que le da nombre a la película es algo sobrenatural, casi una entidad que solo puede existir dentro de una pesadilla. El juego de planos que difuminan su figura, junto a una voz cavernosa y cruel lograda por Bill Skarsgård, establecen a un Nosferatu terrorífico y, sobre todo, creíble. Todos estos elementos ayudan a construir una primera mitad de metraje bellísima, en la que todo parece un cuento de terror.

Pese a una atmósfera bien cimentada y a toda la energía que hay impresa en cada escena, la segunda mitad se hace un poco cansina porque ya sabemos cómo sigue esta historia. Incluso cuando se añade una cuenta atrás con esas tres noches antes de que Nosferatu mate a la pareja, es difícil no cuestionarse si son demasiadas. No queda nada nuevo por ver.

Por eso, la película no consigue despegar hacia la trascendencia. Da la sensación de que ya la has visto, que todo el talento que la ha construido no supera la visión de Coppola en 1992, con "Bram Stoker’s Dracula", ni el "Nosferatu" de Murnau, en 1922, entre otras adaptaciones. Aquí es donde debería haber brillado el punto de vista tan particular que nos ofrece Eggers. No vamos al cine para ver a Nosferatu, si no para ver cómo su director la interpreta.

Siendo una buena película, es una lástima que Robert Eggers se haya conformado con ser cumplidor en lugar de retador. Quizás el pasado de esta criatura en el cine ha sido el corsé que le ha impedido mostrar todo su potencial.