Monstruo

Los guiones que fragmentan la narración gustan (y, por eso, engañan más fácilmente). Buena prueba de ello es que la última cinta del director de “Broker”, “Monstruo”, obtuvo el premio en esa categoría en el pasado Festival de Cannes. La división de una misma historia en varios puntos de vista que acaban dando una visión completa del conjunto al encajar todas las piezas que han quedado libres en los relatos parciales que la integran conforma un mecanismo sugerente que atrapa nuestra atención.

Sin embargo, no siempre es así y puede suceder que los responsables confíen demasiado en que la lustrosa fachada de la estructura esconda los artificiosos cimientos que la sustentan. Es lo que sucede en “Monstruo”.

Dividida en tres segmentos, el film cuenta los detalles de lo que aparenta ser una agresión de un profesor a un alumno. Los sucesivos puntos de vista de la madre del niño, el profesor en cuestión y el propio muchacho desvelan los misterios que ha tejido el relato y la forma de presentarlo.

Es difícil hablar del film sin destapar algunas de las claves del recorrido que plantea Hirokazu Koreeda. Digamos, al menos que la frustración aparece principal y paradójicamente en el tercer relato cuando nos damos cuenta de que Koreeda ha mareado la perdiz de manera tramposa e innecesaria. Y digo “paradójicamente” porque si el cineasta se hubiera centrado en el último episodio, en el tema que lo vertebra y con una estructura lineal (que también permite tocar cuestiones adyacentes) y no se hubiera distraído con material sobrero, estaríamos, con mucha probabilidad, ante una película, como mínimo, honda y estimable.

No es un film honesto, algo grave en una cinta que quiere abordar la delicada y dolorosa separación entre el mundo infantil y el adulto, la dificultad de comunicación entre ambos. La estructura fragmentada obliga a Koreeda a ocultar cosas y, de manera interesada, mostrarlas cuando le conviene a la construcción de su relato, pero no a la verdad de lo que está contando.