Conocimos a Dev Patel cuando, recién cumplidos los dieciocho años, debutaba como protagonista de “Slumdog Millionaire”, aquel rítmico y multioscarizado cuento moderno en las peligrosas calles suburbiales de Mumbai. Desde entonces los personajes que ha interpretado, a menudo bienintencionados –¡ha sido incluso el dickensiano David Copperfield!–, en una quincena de largometrajes no hacían presagiar el tipo de film con el que ha decidido iniciarse como director: una sangrienta cinta de venganza.
Aun así, este “Monkey Man” dialoga de alguna manera con la película de Danny Boyle. A partir de una idea propia que también coguioniza, Patel vuelve al entorno sucio de su primer film como actor, pero triplica la apuesta... y la mugre. Su personaje es otro slumdog, otra criatura de los suburbios, pero su objetivo no está en salir de ahí, sino todo lo contrario, ir hasta el final. Interpreta a un luchador de los bajos fondos que, con una máscara de simio se hace llamar Monkey Man –en alusión a Hanuman, el Dios Mono–, y que tiene un plan para vengar una tragedia familiar.
La gran sorpresa del film es la conversión de Patel en (anti)héroe de acción. No escatima escenas de luchas (ni litros de sangre); de hecho, se regodea en ellas, especialmente una vibrante pieza central en la que encadena peleas, persecuciones y tiroteos en espacios distintos. Si bien el Patel actor da el pego como vengador ofuscado, falla el Patel director al acogerse a la maldita tendencia de acotar la cámara al primerísimo primer plano para incidir en la intensidad del protagonista y de confundir nervio con mareo al plantear las escenas de acción como un montaje de breves planos movidos. Pese a ello, y a alguna decisión extraña en la estructura del guion, que le hace redundar demasiado, “Monkey Man” resulta ser una sugerente cinta de acción, que, además, incluye un discurso, atrevido en la forma, que denuncia la corrupción política al mismo tiempo que defiende comunidades marginadas como el colectivo trans.
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