“Modelo 77” vuelve a poner de manifiesto el talento de Alberto Rodríguez como narrador. El director sevillano, ya ampliamente consolidado como uno de los grandes de nuestro país, esquiva con soltura las posibles meteduras de pata que se pueden cometer al hacer una película sobre el trato inhumano de las cárceles en el postfranquismo y la organización de los presos para combatirlo. A saber: que solo sea emotiva y no entretenida. O que caiga en el thriller sin corazón que tan bien les sale a nuestros realizadores nacionales. Alberto Rodríguez –y su inseparable Rafael Cobos al guion– encuentran el equilibrio gracias a una historia real que logran hacer terriblemente cinematográfica. Y es que también saben sortear el error que hubiera supuesto convertir esto en un docudrama, que no hubiera servido de vehículo para la catarsis necesaria, para hablar de la lucha de los presos por la libertad –y por sobrevivir día a día encerrados– tras haber sido juzgados por sus crímenes durante la dictadura.
El vehículo en esta ocasión, además del ambiente de la propia prisión, la Modelo, que incluye su propia arquitectura, sus brutales carceleros y sus miserias, lo conducen un notable Miguel Herrán (creo que su problema es su voz) y un (¡vaya sorpresa!) impresionante Javier Rodríguez. Miguel Herrán cumple sobradamente su papel, que no deja de recordarnos al que interpretó en las últimas temporadas de “La Casa de Papel” si hubiera habido algún guionista del talento de Rafael Cobos a los mandos. Por su parte, Javier Gutiérrez vuelve a crear un personaje icónico, esta vez en un registro mucho más cínico (una de sus grandes virtudes como intérprete es dotar a sus personajes de una inocencia casi invisible) y austero, que saca adelante aunque no pueda jugar a nivel físico como es habitual en él. El encierro dentro de sí mismo como liberación –su prisión interior– es uno de los conceptos más poderosos del cine español reciente: “Os encierro ahí fuera”. El resultado es conmovedor.
Y es que la catarsis, la conmoción emotiva, era especialmente necesaria porque no dejamos hablar de presos que roban, matan y traicionan; “Modelo 77” no deja de ser una película que retrata lo que el pueblo no quiere ver en sus calles. Eso era así en el posfranquismo y lo es ahora. La propia película nos dice que hay motivos. La brutalidad funcionario-policial habrá cambiado, pero la relación con el exterior, con la sociedad, sigue siendo la misma. En este sentido Gutiérrez se vale solo, pero Herrán cuenta con una Catalina Sopelana junto a la que nos deja algunas de las mejores escenas de la película y de su trabajo en ella. Lucía –Sopelana– ejerce de medium entre el adentro y el afuera, entre la dictadura, que tardó en desaparecer más de las prisiones que de la calle, y la democracia, que ya afloraba entre los libres. Ahí la película crece, adquiere nuevos colores.
Precisamente el talento como narrador de Alberto Rodríguez se basa en el equilibrio entre la estética y la fuerza de la trama. No renuncia el andaluz a mostrarse, si no poético, sí simbólico. Su visión de la cárcel dista con mucho de la que representó Daniel Monzón en “Celda 211”. Los personajes forman parte de una representación de la realidad, porque son reales, pero él los sitúa en el orden preciso para que lo sean aún más. Para que hablen de nosotros en presente.
Porque Alberto Rodríguez acude nuevamente al pasado para firmar una película que nos habla directamente del ahora. Ya sucedió con “El hombre de las mil caras” o en “La Peste”. Es muy valiente hacer una película así, sobre hombres encerrados, retenidos con leyes injustas, provenientes de gobiernos sin autoridad constitucional, custodiados por funcionarios con ínfulas de guardianes del orden, cuando todavía vemos los estragos de las políticas que rodearon la pandemia del Covid por el retrovisor.
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