Si “El irlandés” era una película que llegaba varias décadas tarde, “Los asesinos de la luna”, que relata hechos acaecidos hace un siglo, llega sincronizada, paradójicamente, con su momento histórico, el del cuestionamiento de los comportamientos pasados de naciones de raza blanca que se excedieron en la aplicación y exhibición de su poder, Estados Unidos a la cabeza.
El lamento fílmico del asesinato de varios miembros de la comunidad india osage, a principios del siglo XX, debido a la riqueza de las tierras que habitaban, coincide con la revisión de varios países en los últimos años por sus respectivas actuaciones en tiempos de colonialismo y esclavitud. Así pues, lo que vemos en pantalla tiene reverberaciones que habilitan el film como una obra de nuestro tiempo. Eso, desde el punto de vista moral.
En cuanto a lo cinematográfico, Scorsese nos entrega una obra total, que en la que hábilmente adapta su cine de mafiosos a un marco de western crepuscular. “Los asesinos de la luna” se asemeja a “El padrino”, con un Robert De Niro Corleone en una de sus interpretaciones más tranquilas a la vez que perversas. La cinta también constituye una lección de saber narrativo por el cual fluyen unas casi tres horas y media de metraje que aparecen justificadas en una obra de tal envergadura reivindicativa. Una historia de enormes resonancias morales necesita una duración contundente.
"Los asesinos de la luna" se beneficia de un guión espléndido que mezcla crónica de sucesos históricos, una trama mafiosa y una historia de amor (o su espejismo). Hay ahí un atrevido retrato de un personaje protagonista complejo e incómodo, un Leonardo DiCaprio que adapta rostro y cuerpo a las roedoras mezquindades del ser al que encarna. Hay también un extraño y doloroso sentido del humor que va apareciendo con cuentagotas, especialmente en la relación que tienen tío y sobrino –De Niro y DiCaprio–, y que incide en la hiriente constatación de que seres tan grotescos pudieran infligir tanto daño.
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