La lujosa producción de Apple culmina una trilogía que inició HBO hace ya un cuarto de siglo con “Band Of Brothers”, y que continuó con “The Pacific”. Con ella, los productores ejecutivos Steven Spielberg y Tom Hanks han rendido sentido homenaje a los estadounidenses que combatieron a las fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Tratando de ser fieles a los acontecimientos históricos y sin edulcorar demasiado la Historia.
En esta ocasión, los protagonistas son los pilotos y tripulaciones del Escuadrón 100 con base en Inglaterra que tuvieron el peligroso trabajo de martillear fábricas, bases de submarinos y otros elementos productivos del Reich mediante bombardeos diurnos de “precisión” (toda la que podía tener entonces gracias a un artilugio de mira que tenían en exclusiva); simultáneamente, sus colegas británicos hacían lo propio de noche y de manera mucho más indiscriminada (y, por cierto, segura para ellos).
La serie se basa en el libro de Donald L. Miller que narra las experiencias de pilotos reales de aquella campaña que se extendió de 1943 al final de la guerra, mayo de 1945. Y que le costó la vida a miles de hombres que cayeron del cielo en las circunstancias más espantosas. Como vemos en la serie, de algunas de las misiones con docenas de bombarderos volvieron apenas un par de aparatos agujereados.
Los nueve episodios adoptan un tono clásico bajo la dirección de realizadores tan competentes como Cary Joji Fukunaga (“True Detective”), mirando a clásicos como “Almas en la hoguera” (nunca el miedo en un entorno bélico se ha contado mejor que en aquella magistral película protagonizada por Gregory Peck), pero de un modo más explícito: recordemos que en aquella película, no se veía casi acción; para ello, con objeto de meternos a bordo de un B-17 o un B-24, el equipo, además de usar aviones reales, echa mano de la tecnología, un peligro, como hemos visto en películas que parecen casi videojuegos como la digna “Midway”.
Sin embargo, los cineastas resuelven el reto de manera elegante, con secuencias aéreas impresionantes y realistas que no abusan de los pegotes digitales: el terror de fuego antiaéreo, la tensión de la lucha contra los cazas alemanes y los dramáticos derribos tienen la crudeza marca de la casa, sin llegar a las cotas casi insoportables de la secuencia inicial de “Salvar al soldado Ryan”. Además, pese al tono un poco romántico, la ambientación es todo lo realista que puede ser.
Más allá de los aspectos históricos y las impactantes escenas de combate aéreo, es en el espléndido y sobrio trabajo del muy coral reparto donde la serie tiene su mejor baza: un excelente y sobrio grupo de actores anglosajones (muchos británicos e irlandeses) encabezado por Austin Butler (“Elvis” y el hierático villano de la segunda parte de “Dune”), y el hasta ahora poco conocido Callum Turner (gran revelación del show), cuya amistad funciona como eje argumental. Ambos personajes pasarán por los campos de prisioneros alemanes (unas vacaciones chungas al lado de los campos de exterminio), tras ser derribados, lo que dará pie a diferentes peripecias muy ancladas en el subgénero de las evasiones.
No se ahorran los creadores ciertos temas todavía complicados, como la tensa relación entre norteamericanos y británicos, el cruel linchamiento de los odiados pilotos aliados que eran derribados, o las consecuencias de sus bombas sobre los civiles alemanes. También hay algunos momentos para humanizar a unos soldados del Reich que, como es tradición, siguen gritando mucho y poniendo cara de malvados. La llegada de un piloto judío a un campo de exterminio recién liberado por los rusos vuelve a revelar la espantosa realidad del Holocausto.
También se le dedica parte de un episodio al escuadrón Tuskagee compuesto por pilotos negros de cazas P-51 (precioso avión que protagonizaba aquella secuencia inolvidable en “El imperio del sol” de Spielberg), una concesión que forma parte de las obsesiones de moda, pero que no interfiere en la trama general.
Puede que “Los amos del aire”, como sus series hermanas mayores, quizá un poco más, ofrezca una visión romántica y en technicolor de la participación de los norteamericanos en aquella guerra, además de ser muy deudora de películas y series que ya hemos visto. Pero tanto la época, con fiestas de swing en la retaguardia y gente elegantemente vestida que hablaba de Clark Gable, como la naturaleza criminal del régimen al que se enfrentaban, lo justifica. Y es comprensible que un país que después se metería hasta el cuello en guerras tan turbias como Corea, Vietnam o Irak, además de sufrir traumas del calado del asesinato de Kennedy o Martin Luther King, necesite seguir aferrándose a esa especie de era dorada protagonizada por aquellos hombres que dieron lo mejor de sí y más para una causa que, por una vez y con todos los peros que se quiera poner, fue justa.
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