El nombre de Leigh Whannell puede que no sea mediático, pero en realidad se trata de uno las personalidades más relevantes del cine de terror de las pasadas dos décadas. Cocreador de las sagas “Saw” e “Insidious” (donde también aparece como actor) y de una película fantástica como “Silencio desde el mal”, todo eso junto a su buen amigo James Wan, Whannell es uno de los culpables del boom actual que vive el cine de género. Como director, y tras encargarse de “Insidious: Capítulo 3” (una secuela muy disfrutable), enseñó sus cartas de autor con personalidad en la notable “Upgrade”, una mezcla espídica y explosiva entre terror y sci-fi que no tuvo estreno comercial en España (solo pasó por festivales) y que recuperaba con frescura y una energía proteica el cine de la etapa norteamericana de Paul Verhoeven. Tras apuntar grandes cosas con esa película, el cineasta australiano confirma su valía en la relectura de “El hombre invisible”, un mito que Whannell actualiza llevándolo al terreno del thriller psicológico de los noventa y a las películas de acción y de horror de los ochenta que tanto le gustan (algo que ya estaba presente en “Upgrade”).
Sin revelar mucho de la trama, lo mejor para disfrutar de “El hombre invisible” es llegar al cine lo más virgen posible. La nueva encarnación del monstruo creado originalmente por H.G. Wells lo lleva a los territorios de “El ente”, la fantástica y polémica película dirigida por Sidney J. Furie y protagonizada por Barbara Hershey donde un demonio invisible acosaba a una mujer. El filme de Furie era crudísimo, con una fisicidad en la representación de los malos tratos y del terror que traspasaba la pantalla. Whannell coge su concepto y lo lleva al terreno de thrillers paranoicos como “De repente, un extraño” y “Durmiendo con su enemigo”, añadiendo el elemento sci-fi: el acoso que sufre el personaje de Elisabeth Moss (tremendo el tour de force interpretativo que protagoniza) por parte de un mad doctor –especialista en óptica– manipulador y violento. Alrededor de eso, el director construye una master class de suspense y de tensión (la escena inicial con la huida de Moss de la casa de su acosador-pareja que marca el tono de todo lo que veremos después) gracias a una puesta en escena y a un diseño de producción cuidadísimos que amplifican un relato cortante y frío como el filo de una navaja. El acabado y la planificación de las set-pieces se miran en maestros del género como Alfred Hitchcock y Brian De Palma. Es más, la idea de tenerle miedo a la nada, a un espacio familiar poblado por una amenaza real que no puedes ver, está conseguidísima en “El hombre invisible”, una cualidad que acerca la película al cine de M. Night Shyamalan.
“El hombre invisible”, más allá de su lectura política en los tiempos del #MeToo y de la ambigüedad moral provocadora que gasta en algunos tramos –algo que la conecta con el terror yanqui de los setenta–, no deja de lado el cine de género más festivo. Y ahí también hay que aplaudir la labor de Whannell, un director que es capaz de aunar autoría y el oficio de un artesano. Los guiños evidentes a clásicos como “Depredador” y “Terminator 2: el juicio final” presentes en el –alucinante- clímax de acción que precede al desenlace, rebajan el tono sombrío de una historia que reinventa y da la vuelta al mito de “El hombre invisible” con éxito.
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