Probablemente hayas oído hablar ya de “La sustancia”, película protagonizada por Demi Moore que se llevó el Premio al Mejor Guión en el pasado festival de Cannes. Resulta curioso el apetito del certamen francés por las alegorías ultraviolentas sobre la cosificación del cuerpo femenino o la tiranía de la imagen a través del subgénero del body horror: ahí quedan ruidosos y estimulantes precedentes como “Neon Demon” o “Titane”, vistos también en Sitges, un hábitat a priori más natural para este tipo de propuestas.
La última cinta de Coralie Fargeat, que ya en Sitges 2017 ganó el Premio a la Mejor Dirección con la notable “Revenge”, es una sangrienta sátira sobre la dictadura heteropatriarcal del entretenimiento y sus exclusivos cánones estéticos, que relegan al ostracismo a todas aquellas mujeres que no se ajusten a la edad y medidas requeridas. Una de estas víctimas subyugadas por los imposibles cánones imperantes posee en “La sustancia” los rasgos de una exultante Demi Moore, quien interpreta aquí a una actriz de Hollywood en la cuerda floja a quien la industria empieza a dar la espalda.
Conviene no desvelar mucho de una historia dividida en tres capítulos desiguales pero interrelacionados hasta el último átomo y cuyos ciento cuarenta minutos fluyen como la hemoglobina: a raudales. Un potente artefacto visual en el que Fargeat invoca al Cronenberg más explícito, en un juego de espejos entre belleza y monstruosidad que arranca de forma inevitable la sonrisa –y la náusea– del espectador.
El esperpento y la hipérbole funcionan, eso no resulta nada nuevo, pero sí el nervio y la frescura de la realizadora tras la cámara. La francesa ama los colores vivos y retrata por igual y con nitidez quirúrgica la licra brillante y el gore más desatado. Por el camino desfilan una buena dosis de planos imposibles, como los protagonizados por un Dennis Quaid caricaturesco y repulsivo, o los homenajes y guiños cinéfilos, de “El Resplandor” y “Carrie” a “La mosca” y “Cabeza borradora”.
Pero si algo destaca en “La sustancia” son sus dos actrices principales: una Margaret Qualley que sigue subiendo como la espuma tras su alianza con el Lanthimos más reciente y, en especial, una Demi Moore revalorizada gracias a un doble mérito: el de una interpretación descarnada –nunca mejor dicho– y sin red, alimentada a su vez por el significado extra fílmico del propio papel; una elección valiente con la que la actriz parece dar un puñetazo sobre la mesa de muchos magnates de la industria a quienes, seguro, se les ha desencajado la mandíbula viendo el film.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.