Después de un puñado de películas y, sobre todo, varias series de televisión de gran éxito, Mike Flanagan, el responsable de “La maldición de Hill House” y “Misa de medianoche”, regresa en Halloween para renovar su título del rey del terror en la era de las plataformas. De nuevo, se fija en uno de los autores clásicos del género; y si en “Hill House” adaptaba libremente a Shirley Jackson, y en “Bly Manor” tomaba por referencia varios relatos de Henry James, incluido su archiconocido “Otra vuelta de tuerca”, en “La caída de la casa Usher” homenajea al gran maldito por excelencia de la literatura norteamericana, Edgar Allan Poe.
Desde luego, no es el primer cineasta que se fija en el autor de “El Cuervo”: en los sesenta y setenta Roger Corman realizó un montón de adaptaciones protagonizadas por Vincent Price, la mayoría de los cuales son divertidísimos clásicos del horror gótico; y los que cuenten con Filmin, podrán hallar en su catálogo “Historia extraordinarias” (1968), una muy notable película de episodios en la que tres luminarias del cine europeo de la época –Roger Vadim, Louis Malle y Federico Fellini– adaptan diferentes relatos de Poe, trasladándolos a su universo y sus obsesiones. A Flanagan no le falta ambición, porque no sólo toma la premisa de “La caída…”: los ocho episodios de la miniserie están plagados de referencias a literalmente decenas de cuentos de Poe –de “El gato negro” a “El corazón delator”, pasando por “El pozo y el péndulo”, “La máscara de la muerte roja” y un sinfín más–, además de varios de sus poemas. Sin embargo, lo que parece delatar un genuino amor por la maravillosa obra de Poe, no impide que “La caída…” sea, como mínimo, irregular y decepcionante.
Todo empieza una noche lóbrega. El fiscal Auguste Dupin (Carl Lumbly) es convocado por el anciano Roderick Usher (Bruce Greenword). Roderick y Madeline (Mary McDonnell) son los dueños de Fortunato Pharmaceuticals, una compañía que se ha enriquecido terriblemente a costa de desatar la plaga de los opiáceos en Estados Unidos (es obvio que Flanagan se inspira en los Sackler, la familia propietaria de Purdue Pharma, sobre la que se han realizado varios documentales, como el magnífico “El crimen del siglo” disponible en HBO). Usher tiene seis hijos de distintas madres; una camada de niños ricos tan repugnantes que inevitable acordarse de los Roy de “Succession”. Todos ellos han fallecido durante los últimos días en una serie de accidentes extrañísimos y bizarros y, mientras el imperio de los Usher se tambalea, Roderick promete a su viejo enemigo, el fiscal Dupin, que lleva durante toda su carrera intentando sacar a la luz sus crímenes, que le contará todos sus secretos.
A partir de este momento, con constantes saltos en el tiempo, Flanagan trata de combinar momentos de terror –y de cierto humor negro– con la historia de la decadencia moral de una familia de potentados. El problema es que en “Succession” los Roy podían asquearnos, pero eran unos personajes creíbles, complejos, humanos, magníficamente escritos; en este caso, los Usher son una especie de estandartes parlantes de “todo lo que está mal en nuestro mundo”, planos como una hoja de papel, que no inspiran curiosidad ni pena. Si la denuncia de la epidemia de los opioides ya es algo que no termina de casar con el tono nihilista y melancólico de Poe, un autor que sentía un enorme desprecio por la literatura moralista de su tiempo, Flanagan no deja de añadir sin cesar nuevos temas a lo largo de su sobrecargado metraje, del maltrato de los animales en las pruebas de laboratorio a la eclosión de las IA. Lo que nos deja al final con una miniserie que parece autoconvencida de su propia importancia y bastante más pedestre de lo que Poe hubiera merecido.
Estos problemas quizás se podrían haber visto mitigados si las secuencias de terror funcionaran. Pero Flanagan en muy pocas ocasiones logra impresionarnos, en parte porque nunca son lo bastante imaginativas o crudas; antes de que podamos llegar a sentirnos perturbados, siempre funde a negro o hace una elipsis; y es una pena, pues aquí y allá hay buenas ideas que hubieran conseguido actualizar las oscuras visiones de Poe con una realización más valiente. En ese sentido, Flanagan se queda muy lejos de lo que, con unos medios mucho más reducidos y artesanales, hizo muchas décadas atrás el gran Narciso Ibáñez Serrador en sus míticas “Historias para no dormir”, quien llevó a las pantallas “El barril de amontillado” o “Los hechos del caso de M. Valdemar”. Casi el único mérito que se le puede otorgar a “La caída…” es que tal vez haga que algunos espectadores se acerquen a la obra original, que está disponible en español en la traducción de uno de sus más geniales admiradores de Poe, Julio Cortázar.
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