No seré yo quien reafirme que “Joker: Folie à Deux” es una mala película; de hecho, no lo es. En otra ocasión me limitaría a argumentar que el imaginario cinematográfico estadounidense está agotado, pero, justamente tras presenciar la secuela, me veo obligado a no hacerlo. Todd Phillips regresa con una propuesta que vuelve a enfrentar a la sociedad ante sí misma, desafiando sus concepciones por medio de un ensayo fílmico en el que la interacción con el espectador es tanto activa como directa. El neoyorquino busca generar, nuevamente, un diálogo que invite a la audiencia a cuestionar no solo la narrativa, sino también su propia percepción del mundo. Hablando en plata: a pesar del discurso político-social que intenta articular, el filme se siente más como un compendio de ideas interesantes mal ejecutadas que se quedan cortas ante las expectativas desencadenadas por su predecesor.
Para empezar, Phillips y su fiel Scott Silver optan por alejarse de la introspección silenciosa que convirtió al villano en antihéroe hace cinco años, invitándonos a una continuación completamente opuesta en su naturaleza: musical, ruidosa y grandilocuente. Aun así, es encomiable que la humanización del protagonista se mantenga. De este modo, el director logra conservar la profundidad emocional del personaje incluso en medio de un entorno tan lúgubre como el que contenía la primera entrega. Por otro lado, la llegada de Harley Quinn, interpretada por Lady Gaga, no acaba de cuajar. Se coge con pinzas. Más que nada porque, además de presentar una caracterización contenida, plantea interrogantes sobre si era realmente necesario incluirla en la narrativa; ¿locura para uno y medio? Es una lástima porque siempre que se incorpora Gaga en alguna producción, el hype inicial acaba desinflándose por razones que implican al equipo, al público o a ella misma. Lejos de eso, la verdad es que el dúo Phoenix-Gaga refuerza la sensación de que la sociedad es, en última instancia, la verdadera protagonista. Ambos personajes se desvinculan de la propia historia, tomando las riendas de su propio relato. Haciéndolo crean un vacío en nuestro interior; nos sentimos desatendidos. Este hecho evoca la autorreflexión individual.
Asimismo, el desarrollo del concepto “el amor como la peor forma de enloquecer” me parece muy atractivo. Este principio narrativo, que sustenta gran parte del metraje, evoluciona de tal manera que da pie a una dualidad entre realidad y fantasía; los números musicales se entrelazan con el dramatismo de las escenas dialogadas. Al fin y al cabo, la pregunta: “Si todo puede suceder en la vida real, ¿Por qué no también en la ficción?”, se formula frecuentemente. A mi parecer, la presencia del romance le añade complejidad al guion, aportándole ese je ne sais quoi carismático. No obstante, puedo entender que mucha gente no quiera comprar la idea. Por último, elogiar también la elección de haberle hecho un guiño a la animación durante los primeros minutos; escena sumamente breve, pero crucial a la hora de presentar el manifiesto central y lo que sucederá a lo largo del filme.
En pocas palabras, “Joker: Folie à Deux” termina siendo un cierre caótico, ya que algunas de las decisiones tomadas no son las más acertadas. Sorprendentemente, rompiendo una lanza a su favor, se trata de una de esas producciones que te mantienen con los ojos pegados a la pantalla. Sigue conservando parte del espíritu que convirtió “Joker” (19) en un fenómeno cinematográfico. De todos modos, la cinta evidencia la disonancia que existe entre los objetivos de los directores y las expectativas de espectadores hambrientos de contenido aunque sin hábitos de consumo saludables. Es obvio que aspectos como la inmediatez o la superficialidad de las plataformas han influido en nuestra capacidad para conectar con las narrativas sofisticadas que se nos ofrecen. Me pregunto qué aceptaremos y qué no del cine contemporáneo dentro de unos años.
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