Si recientemente la película española “Mientras dure la guerra”, de Alejandro Amenábar, incluía un retrato sorprendente por inhabitual del dictador Franco, alejándose de las tendencias caricaturescas más celebradas, “Jojo Rabbit”, la insuficiente cinta de Taika Waikiki opta, por el contrario, por la transfiguración cómica de, esta vez, Hitler.
Al director neozelandés, autor de la hilarante “Lo que hacemos en las sombras”, le sirve como paliativo del invento el hecho de que el dictador austríaco aparece en forma de amigo imaginario del niño protagonista, el Jojo del título, fervoroso fan hitleriano. De este modo, el punto de vista del infante, de diez años, justifica la falta de rigor aunque, claro, Waikiki –que, además de director de la película, se reserva como actor el papel del mandamás antisemita– está a años luz del Chaplin de “El gran dictador”, con el agravante de que el cómico inglés construyó su parodia a tiempo real, con el dictador en vida y con una evidente voluntad de alcance trascendente.
Y es que la aparición de Hitler, supuesto reclamo ¿provocador? del filme, se acaba erigiendo como uno de los grandes errores de la cinta. Su existencia, que le proporciona fallidos momentos de exhibición cómica, parece deberse más a una fantasía ególatra del director/actor que no a una necesidad narrativa y ni siquiera el desarrollo del personaje sigue una línea convincente dramática en relación a lo que experimenta el niño, creador del ente. De hecho, la figura de Hitler no solo es prescindible sino contraproducente ya que desvía la atención de la trama principal: la relación del niño nazi con una adolescente judía.
Aún así, la comedia no desatiende el contexto dramático en el que se sitúa la acción –los últimos meses de la II Guerra mundial– y, para evitar caer en impertinencias irresponsables o simplemente para cubrir el expediente, entre escenas cómicas –solo se salvan aquellas en las que aparece un espléndido Sam Rockwell en el papel de militar tullido a cargo de los niños– introduce contrapuntos dramáticos, ya sean pinceladas bruscas en un escenario cotidiano, tragedias familiares o un aprendizaje violento en un campamento cuyo aspecto, por cierto, remite a “Moonrise Kingdom” de Wes Anderson. Todo ello, no obstante, no evita la sensación artificiosa que emana del conjunto. “Jojo Rabbit” es, en definitiva, un producto intrascendente, de una comicidad anodina y un armazón dramático de postín.
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