Euphoria (T.2)
Cine - SeriesSam Levinson

Euphoria (T.2)

8 / 10
Luis M. Maínez — 11-03-2022
Empresa — HBO
Fotografía — Cartel de la serie

‘Euphoria’ es una obra maestra construida sobre una historia no apta para espectadores formados. Esta segunda temporada sube el nivel y aclara la evidente distancia que hay entre el sentido narrativo y estético de su creador, Sam Levinson, y lo que nos cuenta. La continuación de ‘Euphoria’ sigue manteniendo los hallazgos formales con los que ya experimentaba en su debut y los supera con creces. La belleza que contiene cada plano y cada recurso es la que contiene la vida, y que solo genios como Sam Levinson son capaces de plasmar en la pantalla. Si ya es complicado hacerlo en una película de un par de horas, mantener el nivel en dos temporadas de una serie es para levantarse del sofá haciendo reverencias.

Sobre todo, claro, cuando el material del que están hechos los sueños en ‘Euphoria’ es de tan mala calidad. No hay una sola de las tramas que sea capaz de generar interés real a pesar de estar construidas de forma brillante, no solo efectiva sino eficazmente. De hecho, sin el talento de Levinson detrás, la historia de ‘Euphoria’ no pasaría de serie diaria de media tarde en cualquier televisión local; carne de zapping, bostezos sobre las risas enlatadas.

El problema es que nos vuelven a intentar vender unos personajes realmente estúpidos, mucho más tontos y crueles que el humano medio, que no generan ni empatía ni afecto. Una desconexión a la que ayuda que estén pensados como meras herramientas que cambian de ideas y de carácter para el lucimiento de la historia en sí. Despojados de alma -si es que alguna vez la tuvieron- los protagonistas de ‘Euphoria’ son minions al servicio de su creador, el verdadero protagonista de todo lo que sucede en la serie para bien o para mal.

Pero nada de lo malo que hay en la serie se compara a Rue: la gota que colma el vaso de la incredulidad. Esta segunda temporada se ha rizado el rizo y Rue -por mucho que diga Cassie- es la villana de la serie. Dice Gregorio Luri que uno vale lo que valen sus actos y los actos de Rue son destructivos y deplorables: llenos a rebosar de maldad.

El faro, la voz, de la serie es alguien con quien no aguantaríamos ni una hora tomando una caña en una terraza. No hace absolutamente nada que se le pueda agradecer. Sus mejores momentos son los que pasa fuera de la pantalla. Es uno de esos “personajes Frodo” que hacen avanzar las malas historias gracias a sus torpezas y errores constantes. En el caso de ‘Euphoria’ es aún más complicado de entender la presencia de elementos así, porque es evidente que hay un genio detrás de la cámara que, sin embargo, ha cedido el peso de su creación a un personaje repulsivo y repugnante, que solo lleva el mal a quienes con ella se relacionan. Si contara con personajes con más matices y profundidad, ‘Euphoria’ se codearía con las grandes ficciones de la historia del cine y la televisión. Así, todo esfuerzo es, al final, en vano.

Que la sociedad está llena de manipuladores y locos con pocas luces ya lo sabemos, pero que deban ser entendidos y expiados porque la culpa de todo es de sus padres o de su entorno, es la forma de pensar de alguien infantilizado, que sigue quitándose las responsabilidades de sus problemas como cuando íbamos al instituto. Esta apabullante indulgencia que refleja la serie respecto a las taras de sus protagonistas no hace sino que sea aún más complicado implicarse en lo que uno está viendo. Especialmente asombroso es el respaldo masivo de la cultura woke a una serie como ‘Euphoria’ donde hacer daño a los demás siempre tiene una justificación exculpativa.

Esta segunda temporada de ‘Euphoria’ se confirma como una colección de imágenes preciosas sin ninguna historia que contar. Un museo de los horrores de belleza arrebatadora y mecanismos ingeniosos sin nada en su interior. Sentirse fascinado por ‘Euphoria’ es como asustarse en el tren de la bruja del parque de atracciones. Algo muy complicado y hasta comprometido para lo que tienes que estar muy predispuesto cuando pasas las dos cifras de edad.

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