Después de haber sacado rédito a su faceta como atracador líder en la ficción, Pedro Alonso se desquita temporalmente de proyectos generalistas y nos sorprende protagonizando, escribiendo y dirigiendo junto a Enrique Baró su propia road-movie de corte documental en la que nada es lo que parece y la lisergia toma el control de todos nuestros prejuicios y certezas. Fraccionada en tres capítulos, “En la nave del encanto” pretende acompañarnos junto al polifacético intérprete por su personal expedición a través del México más alternativo, ese que se mueve en los márgenes de la cuestión ética y de las terapias inusuales, y que desde su seductor exotismo genera tantas dudas como atracciones sobre el extranjero mirón de turno.
Contra todo lo que desde fuera pueda parecer, la propuesta audiovisual de Alonso y Baró no busca tanto hacer apología de técnicas sustitutivas o chamanismos pseudocientíficos como sí ofrecer una perspectiva diferente y libre de morbos sobre ese camino tan particular hacia la curación que otras sociedades deciden emprender. Su tono, entre lo expositivo y lo revelador, no objeta ni apela con dedos acusatorios o juicios morales a nuestras convenciones occidentales. El respeto hacia todas las partes implicadas en este viaje es el verdadero fuel del mismo. Sin embargo, el variopinto elenco que toma partido del metraje (Nico, Lupita, George, King David, Nancy o Julia, por solo citar algunos) sí terminará generando, intencionadamente o no, muchas preguntas sobre la conciencia del espectador.
Son precisamente las enriquecedoras aportaciones de estas voces anfitrionas las que nos convencen de que “En la nave del encanto” es algo más que un entrometido acto de curiosidad realizado por parte de otro hombre blanco que posa su privilegiada atención en la tradición ajena hasta convertirla en un pasatiempos caprichoso. Una sospecha que sobrevolará tanto nuestros ojos como los de algunos de los nativos testimoniados durante los primeros compases de la cinta hasta por lo menos bien entrada la misma, donde conoceremos mejor las verdaderas intenciones de Alonso y de su equipo (resumidas en esa formidable frase que oiremos repetidamente: “Más que en encontrar el tesoro, el secreto está en recuperar el mapa”).
A medida que los unos bajan la guardia y los otros abandonan sus ideas preconcebidas, el viaje de este Ulises de Vigo termina por convencernos del todo al tiempo que nos hace sentir parte del mismo. A Alonso no le hace falta escribir en verso para dejarnos ver su alma de poeta. La cadencia de su voz, sosegada y puntillista, narra con pasión los pormenores de cada escena y las acciones de sus respectivos protagonistas, invitándonos a hacer nuestras sus vivencias con los honguitos, la ayahuasca o el peyote. Vivimos en primera persona los éxitos de su viaje (la apertura en canal de George tras la toma o las fuertes conexiones que kilómetro a kilómetro se forjan entre los involucrados), pero también sus complicaciones (choques culturales, furgonetas que se desmontan por el camino e incluso conatos de extorsión), hasta llegar a sentir en nuestra propia piel esos espasmos y sollozos conjugados durante las ceremonias.
Las notas musicales de The Maharajas, Bigott, Russian Red, Hola a todo el mundo o Toundra insuflan ritmo a la fórmula, aunque la prisa (faltaría más) no está convocada en esta hoja de ruta. El cometido aquí es el de abrir puertas hasta dar con nuestra propia melodía, despojándonos de constructos y tabúes previos que meramente ejercen de rémora. Solo así, con la mente bien abierta y convencidos de que todos tenemos en mayor o menor medida algo que sanar, podremos integrar el mensaje que Alonso y sus compañeros de viaje buscan reflejar con estas tres inmersivas horas de docuserie. Resulta extraño, pero también alentador, que desde lugares tan remotos como Chiapas, Huautla de Jiménez, Teotihuacán o Sonora (retratados a través de una hermosísima fotografía) se apunten posibles respuestas para problemas tan comunes de nuestro día a día más inmediato, como el aprender a escuchar, a respirar o a afrontar la falta de autoestima, la ansiedad o la depresión. Tan lejos, pero tan cerca.
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