Ellas hablan

En su tercer largometraje de ficción como directora, la actriz canadiense Sarah Polley –aliada de Isabel Coixet en “Mi vida sin mí” y “La vida secreta de las palabras”– pone en marcha un sugestivo juego temporal para hablar de un presente atávico. A partir de la novela de Miriam Toews –relato situado en una secta menonita, comunidad en la que la autora pasó su infancia–, la acción de la película sucede en una sociedad cerrada en la que las mujeres están sometidas y anuladas por creencias religiosas controladas por los hombres, además de ser víctimas de violaciones que están obligadas a perdonar. Por el vestuario y los decorados y por la ausencia de elementos tecnológicos, podríamos pensar que todo se desarrolla más de un siglo atrás, pero se nos deja muy claro: esto sucede en 2010.

El film, que, por su premisa, podría tratarse de una adaptación de una obra teatral y no de una novela, nos permite adentrarnos en las reuniones de varias mujeres de la comunidad después de uno de esos ataques sexuales, cuyos perpetradores han sido detenidos a la espera del perdón. Polley sobresale como directora al conjugar todos los elementos para dotarles de ritmo y evitar la monotonía de un solo escenario y sortear los riesgos del diálogo continuado: un montaje hábil, una fotografía fría y mortecina acorde con la historia y una música espléndida que da un poco de sosiego. A eso hay que sumarles las excelentes interpretaciones de un elenco que abarca todas las edades –por la fuerza de sus personajes, se ha destacado las de Claire Foy y Jessie Buckley, pero no hay que olvidar la serenidad de una modélica Rooney Mara o la calma de la veterana Judith Ivey– y un guion que brilla por su capacidad de, a partir de la multiplicidad de voces, huir de simplificaciones y exponer el tema en toda su complejidad. Un libreto que mira al bosque y no a los árboles y que desde esa ficción fechada en un anacrónico siglo XXI nos cuestiona sobre el marco mental de nuestro presente (y pasado).